miércoles, 31 de diciembre de 2014

Sé que habrás dormido y habitado en brazos distintos y que habrás sido deseada en otra frente. Te habrán alzado volando manos distintas a las que yo tengo en los brazos. Y también que habrás volado de labios en labios, que te han buscado para encontrarte al sur de algún sentido, al futuro de algún pasado. 


Sé que te han adorado la piel, que también has sido triza y fracaso, naufragio y éxito tras los acantilados.



Te han poblado el vientre, te han entregado almas y fragmentos. Sé de tu sabiduría y por eso te sé por completo.



Ahora soy yo y eso no lo borra ni la Luna.



No lo borra por muchos rayos blancos que haga caer sobre los claros de los bosques, bajo las guaridas de algún duende.  


viernes, 26 de diciembre de 2014

En el larguísimo camino de no traerte y de alejarte o de alejarme y expulsar períodos y reflexiones, ideas blancas y azules, encuentro que tanto camino recorrido me ha servido para tener el mismo desasosiego y las mismas ganas que cuando recogía gorriones de los arroyos para llevarlos a mi hospital de juguete.

martes, 16 de diciembre de 2014

sábado, 13 de diciembre de 2014

Para hablar entre nosotros hay que usar palabras nuevas. Que las que dijimos antes las oyeron otros ojos y se volvieron de niebla.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Mi amor por ti se alborota  escondido por una montaña que no cesa y que te impide.

No quiero ser un ingrato independiente de tus ondas ni valer por mí mismo si al asomarse a mi retina no te escuchan, mar.

No me deseo libre ni me soportaría lejos.

No evitaré que cada final del día se vuelva orilla, que cada pena o salto se mude, al cabo de sentirlo, en acantilado oscuro en mar de escarcha. 

Azul y blanco, espejo y espejismo, amor por un mar.

Te escupo dulcísimo para que mudes mi saliva en ondas verdes. Que sepa yo que me estallas en la boca y que a la vez guardo un océano futuro, mediterráneo en ciernes.

Que cuando hable, que cuando bese, sean orilla estos labios.

Que mi garganta, hinchada de amor por ti, haga las veces de Luna.



jueves, 11 de diciembre de 2014

En ese justo momento hiciste la fotografía. Los patos, como si nada, siguieron bailando en la fuente. 

Y todo lo que había sido el mundo se hizo camino hacia el mar.






viernes, 5 de diciembre de 2014

La mesa estaba partida en dos bandos que comenzaban a mirarse de contrarreojo y la nochebuena bailaba entre mensajes del besugo y las palabras monárquicas mientras el odio de los microcomensales se acentuaba a medida de cada cucharada y hacia la boca y entre los platos una lágrima de nostalgia de los tiempos que jamás jamás se descuidaba el musgo del nacimiento y todo era pandereta chas chas mientras ahora se cortaba el cielo de tan denso que los dos bandos del principio ya eran ocho trincheras mientras incluso marido mujer hijos e hijas se odiaban tan profundamente con un resquemor tan excesivo o tan excelente que sólo les quedó comenzar a lanzarse migas de pan amasadas para atenuar tanta venganza y al final todos feliz navidad y amor mutuo y ya está.

jueves, 4 de diciembre de 2014

El deseo que ocultaba el Sol a todos sus amigos, el anhelo que le mantenía firme en la bóveda celeste desde bien niño, el secreto que ocultaba a su esposa Maríángeles, a sus familiares y muy en especial a su cuñado Ildefonso, se cumplió una tarde oscura de octubre diez minutos antes de guardarse por el occidente.

Perfecto en su platanidad, continuó iluminando el mundo, siendo el centro de su sistema. Pero esta vez lo hacía exhalando perfume a caramelo amarillo de kiosko. Llegando con su aliento hasta los confines de Plutón, que desde hace dos miércoles se quiere transformar en sandía por ver si le vuelven a considerar planeta, que es lo que se merece según su esposa.




miércoles, 3 de diciembre de 2014

Te me subes a la cara toda entera, con esa forma tuya de esfumarse. Subes al orgullo y bajas en desdicha y a la cinco menos cuarto, cuando todo es tan sencillo que se canta vulgarmente: “son las cinco menos cuarto” a esa hora tan idiota, tan sin nada, con la prisa de que pase, de que pasen, qué haces tú. 

¿Cómo puede ser la misma a las cinco menos cuarto?

Aquí, lejos de las sentinas, a la esquina del puerto, escombros de aceite rosa, lesiona el sol. No puede lucir tanto, no puede, no entiendo. He dejado abierta la ventana, apoyado en el aire de vasos frío de la mañana de invierno.  Me restriega los pies con espíritu de llama y tacto de frente.  

Salpica las casas, incompletas sin tus marañas negras de ébano cabello, vuelto ataque, convertido en tortura ciega para mis maderosos brazos que caen destrozados de tierno albaricoque.

Niña cosiendo se duerme

Entre los dedos tiene la seda. Cómo quieren alcanzarla las adormideras. Y entre los dedos el puñal microscópico de plata, el hilo como una estela atraviesa herida la tela. Sentada blanca en la escalera cose. Cancioncilla. La niña de nieve y de carbón de brasa está cosiendo. Sus dedos son a la calma de la tarde acariciando y escarbando. El eje del mundo de las batallas. Por no poder no puede más. Cansada al fin, espera al sol guardado en los espacios, y deja caer, tendiéndose, los brazos.
Le perdía esa costumbre de anotarlo todo y mira que se lo decíamos: frases oídas en la radio, en la calle; las citas del dentista, los recados de amor que le pegaba con fixo a su marido en la nevera; los mensajes de odio que le escribió una noche a su hermana; los gritos de celos que le dejó sobre la mesa a su marido el día que ocurrió lo de Margarita.

Las palmas de las manos, los troncos de los árboles, todo lo que se encontraba cerca de ella recibía anotaciones, escritos, opiniones, garabatos, números, entrecomillados, críticas.

El salitre derritió las palabras de despedida que dejó en el papel adhesivo antes de subirse con aquel pirata en el barco en que se alejaría para siempre de  Margarita.

Y de su marido.






martes, 2 de diciembre de 2014

El atardecer se sonrojaba, el aire era lirio tremendo, crisantemo gigante el sol se ponía trastocado en madera, azúcar ahumada, desgraciado caramelo. Él ansía perforaba las manos como cascabeles. Así era la tarde. Nieves petulantes, horquillas de fuego en el cabello de las niñas, aire untado de barro, granizos perpetuos, soledad en las marismas, labios en fracaso, derrotas en los jardines. La mitad del aire se ha encogido, así era la tarde. Negras sombras de flor desfilaban por el cielo, suelos fúnebres. Temblaba de de desesperanza el pelo. Así era la tarde. Pero el umbral se encendió. Ojos nuevos. La voz de tierra o lesión tenía un nuevo nombre que nombrar a mis oídos. De nuevo un rayo sin plata. Cobijadme otra vez santas estrellas. A mis bocas, a mis manos. La sangre voló en cascadas al cerebro, navegó sobre mí su nueva imagen. Nueva letra, nuevo espejo donde ver las estrellas. Mujer entonces reciente como recientes cosechas de estancias, de rincones revueltos. Hembra de diamante. No hubo más que fiesta entre mis dedos, me preguntaron ese día las rosas el por qué de mis brazos extendidos. Perfume en todas las brisas. Aire brillante. Noche de alma. 


Al verla todo el camino estrecho sintió cómo crecían rosas de labios en sus huellas.


lunes, 1 de diciembre de 2014

Respiro un suelo con las yemas de los pies, el alba color de blanco, lomas y allá al fondo mi lugar, mío, hace bostezar mis huesos.

Su calor subterráneo,  sus calles mansas me besan las entrañas y reboso mapas y terrenos cuesta abajo.

Tiene esquinas y tras ellas conocidos fantasmas arrastran cadenas de lino.

Tiene aire y lo respiro como imagen de un espejo.

Mi lugar tiene caminos, tiene gentío y al rozarme son yo y son ellos que me tienen y me prestan su mirada.

Un agua interna lo recorre fresca y verde como musgo

Ya no existe lugar nada más que mi lugar, y me aletargo al verme dentro amurallado  feliz, como un canario.

Son un vidrio roto estos aires, con un filo amable y blanco estalla un punto de sol en su borde de acero.

Aquí quedaré horizontal bajo la tierra, que den fe de mí las montañas.

Que soy de aquí. Que mis uñas lo demuestran llenas de tierra si me alejo.

Es más fácil tender un brazo como una armonía iris donde el agua rezuma las venas, las arteras como cuerdas de violoncelo, es más fácil que tocarte. 

Es más fácil que tocarte de nuevo después de haberte estampado con dulzura contra el árbol aspirando allí mismo las sal de tu vientre.

Tocarte de nuevo sería bucear (y no quiero hasta más tarde) en el huracán que me ha tragado como una ventosa.

Espero que nazcas del mar como un energúmeno que suspira por un coche para abatirle en mil vidrios de diamante el parabrisas.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Los habitantes mágicos del mar son dos: las sirenas y los tritones. Aquéllas tienen la mitad superior del cuerpo de mujer y la otra mitad de pez. Éstos tienen la mitad superior del cuerpo como un hombre y el resto como los peces.

Algunas veces ellos persiguen a las sirenas para hacerles burla, y otras para decirles piropos. Ella se ponen coloradas y eso a ellos les hace ser más traviesos.


El caballito de mar lo graba todo con su cabeza de cámara de televisión. 


He venido corriendo desde la humareda más lejana de la tierra, y tuve que saltar el foso de los inviernos: un grillo azul bajó la cabeza y vio, sin mucha fe, los pies y las nubes de mis piernas. 

He pasado muy cerca del borde del mundo, donde el mar se precipita hacia su propia lluvia. Las alas del ángel que me señaló el camino eran membranosas alas de murciélago.



En el segundo piso un cura pierde litros de fe y en el primero duerme una mujer de flores (entonces las leyes no descubiertas del universo componen un bucle de neutrinos, como un ocho delante de su ventana y así los ángeles pasan de largo). 

Tiene esta casa un modo tan azulado de ser gris que los primeros rayos del alba aúllan de pena. 

No hay nada que hacer: continuarán allí los inquilinos rodeados por la muerte y una minúscula zona ajardinada.






Sólo son dos y gritan como embrujados, el alma les abandona todas las noches.  Por eso exigen whisky.

Qué mala libertad les trajo el Borbón, y entonces piden Bourbon.

Llueve, hablan de lo que el mundo les ha reclamado. Exiliados en su propia casa son persianas cerradas. Una vergüenza para todos.

¿Cómo pudo esta gloriosa nación llegar hasta el colmo de haber parido a estos dos pánfilos?

El infierno tiene más encuentros, en el infierno no hay mala compañía que en el cielo están los niños viejos, los que nunca arrojaron la primera piedra. Porque no son como ellos, porque estaban libres de culpa. El cielo está lleno de
neoliberales, de toreros. 

Son exiliados en su propio bosque, que es el bar de todas sus noches donde un jueves de febrero uno de los dos, no diré quién, se meó en los pantalones.

Son expulsados de su mismo espíritu tantas veces que antes que embarcarse en un mercante para conocer mundo y vida, planean más a menudo estudiar cómo se enlaza el eterno nudo de una horca.

sábado, 29 de noviembre de 2014

a)
Y si la muerte fuera ese túnel y Dios al final voceando:
sube, ven, acércate a ver si soy cierto.

b)
Si fuera así, todo perduraría y tú y yo perduraríamos.

(Y nuestras voces)
Dormir sin el escándalo tembloroso de un cuerpo a la derecha, a la izquierda, al alcance de un brazo a la etapa de un metro, una nuca sin cuello sobre la que emitir aliento, es darse cuenta confusa del interior de la boca, sentir la lengua en abundancia, morder la carne azul de las mejillas (sogas o cables las piernas, maromas los brazos).

Dormir sin el escándalo de un cuerpo al flanco es un silencio, es un trueno,
del que dan cuenta y son testigos las almohadas vacías, la paz excesiva de las sábanas.
Los brazos casi le traían todos los peces que miraba.

El fondo más profundo de su pena fue que se precipitó hacia adentro solo de todo.

Sin aquella luz ya nunca más.

me he manchado los ojos
de tu porcelana blanca
Lo ha dicho de una forma tan clarísima que lo ha comprendido hasta la última noche que tuve alma entre los dedos.

HAY AQUÍ UNA LÁPIDA QUE ME ESTÁ MOLESTANDO

I
Eusebio es un imbécil que vive cerca de donde su pueblo hace más ruido: la plaza de los Miércoles.
Se sostenía hasta hace poco alimentado por una ilusión morena, pero la perdió por no haber entramado correctamente sus estrategias.
Colecciona soliloquios: unos verdes; otros, torcidos; algunos, reverberantes.
La ilusión morena tiene un nombre que a Eusebio, sólo con oirlo, le inunda el cuerpo de abejas y de luciérnagas: Trinidad, ese es su nombre.
A punto estuvo hoy de decirle algo cuando, sentado en el banco de piedra que hay bajo el Olmo de la Cuesta Blanca, Trinidad pasó vestida de domingo, siguiendo el juego al viento su pelo y el vuelo de su falda.
Como no pudo decirle nada, se fue al río y comenzó a repasar sus soliloquios, en especial los esféricos que, en opinión de don Jesús, el cura, son los más redondos.
II
Cuando Eusebio se enamora se nota enseguida porque le aparecen tréboles por todas partes: en los cajones, en los bolsillos, debajo del fieltro verde que hay en el bar para jugar al mus. Pero hoy se percibía con más claridad que nunca porque el aliento de Eusebio olía a algo desconocido, igual que cuando aquella vez pasó una gitana vendiendo jazmín y todo el pueblo olía a blanco.
III
Es preciso ver a Eusebio cuando comienza con sus soliloquios. Para divertirse un rato, durante la partida de mus, don Jesús, el cura, le ha pedido a Eusebio que comenzase uno.
Había que verlo.
Levantaba las manos, torcía las piernas. Un rictus en la boca de la que emergía un rumor que más de uno interpretó como el berrido de los ciervos. Cuando don Jesús, el cura, ha creído que ya era bastante, les ha recriminado a todos su conducta y le ha dicho a Eusebio que se fuera en paz.
IV
A Eusebio le llueven terrones de azúcar algunas veces. Dio que hablar mucho el día en que, después del granizo de terrones, le cayó encima una catarata de cucharillas.
V
Trinidad está muy pálida y delgada. Su pelo más negro que nunca. Eusebio se muere de amor cuando la ve pasar y, algunas veces tiene que meterse entre zarzales porque se lo piden las luciérnagas que lleva dentro.
VI
Trinidad ya no sale de casa. Hablan las gentes de una enfermedad de la sangre. De un nombre que a Eusebio le parece hermoso: Leucemia. Y Eusebio se llena de abejas y repite con devoción “leucemia, leucemia” y sueña con que a su primera hija le pondrán ese nombre. Trinidad tiene Leucemia. Y la envidia le corroe porque bien podría ser “Trinidad tiene a Eusebio”.
Y Eusebio quiere con todas sus fuerzas ser Leucemia.
VII
Eusebio les explica a las hormigas que no hay que hacer como las cigarras. Y se va contento porque ve que le hacen caso.
VIII
Diana, la princesa del Fin del Mundo, ha querido conocer a Eusebio y, al verlo, le ha parecido bien.
XIX
La esfera de la Luna se rompía de noche contra el mar en una pradera de mariposas de estaño.
Dios estaba ya, por entonces, bastante sordo.
X
Hoy se ha levantado Eusebio con un extraño sabor de madera en la boca. Las campanas lloraban con esa tediosa simpleza del toque a muerto. Se ha asomado a la ventana ye en ese momento pasaba el cortejo: don Jesús, el cura, en cabeza, detrás de él la caja oscura.
No vio a Trinidad por ninguna parte. “Estará regando los geranios o jugando con los gorriones”, pensó.
XI
A la orilla del río, Eusebio pronunció todos sus soliloquios. Los verdes, los torcidos, los esféricos, los reverberantes. Los azules terciopelo y hasta los de canto rodado. Esperaba que el agua se los llevase a Trinidad.
Al recitar su soliloquio de despedida decidió no lanzarse al río.
Alguien debía quedarse en el pueblo para dar luz para siempre a Trinidad.
Porque a Eusebio aún se le llena el cuerpo de abejas y de luciérnagas cuando piensa en la preciosa calavera de talco de Trinidad.


Imagen  Paloma Climent


viernes, 28 de noviembre de 2014

Si me lanzo en vuelo libre sobre este preciosísimo monumento podría trajinarme las almas de algunos de los visitantes para intercambiarlas con Dios en la partida de cromos del próximo sábado (descansa por principio ético los domingos).

¿Qué demonios hago, Señor bendito?






jueves, 27 de noviembre de 2014

Lo peor o lo mejor puede ser que en el camino precioso de buscarte, de traerte con prisa y con afán, sea yo quien caiga
para siempre en mis propias cintas y quede atado a ti por siglos.
Tu cuerpo frente a mis dedos, membrana ligera y clara.

Adivino formas, ataques, besos, guerras saladas de lenguas piel y pelo donde termina siempre brotándote el cielo por la boca. Qué jaleo de faldas y de bragas, yo buscándote para exprimir y tocar tus entresijos de seda y estropajo. Con estrépito un remolino me aparta. Disparas mi semen al aire para constituir galaxias de galactosa.

Por la noche aún estamos vivos. 

Capaces de regresar a mil batallas de cansancio.
Volaba muy bajo porque el mundo también es de los que vuelan bajo, que no consiste la materia de la vida en ir a todas las reuniones de vecinos y de padres de alumnos subiéndose a los pedestales que uno se encuentra.

Vio el obstáculo y no le dio importancia porque la vida hay que dejársela en algunos intentos.

Desde entonces, su plumita la usan los senderistas como señal y las damas del Romanticismo como señuelo.

(El pájaro no ha muerto, no. Vive muy feliz anidando allá donde nadie le reclama impuestos ni existen televisores en los que se pueda ver de qué forma tan enrevesada está perdiendo su dignidad el mundo que habitamos).




sábado, 22 de noviembre de 2014

Ya te dije que no te asomaras al pozo.
Ya te dije que no te asomaras al pozo cuando yo estoy cerca.
¿Me oyes bien desde ahí abajo?
¿Notas la distancia de los cuerpos y fuerzas de la Seguridad del Estado?

¿Haremos el amor esta noche y me dejarás trepar por la orografía de tu cuerpo para sacar volando miles de golondrinas de tu vientre?
Existió un lugar terrible en mi alma cuando comienzaba a contar mis historias
en el momento preciso en que huyen los pájaros.
No te las contaré jamás al oído, tu oreja y el resto se fueron con prisa.
 
Antiguo amor mío, qué sucia la espera en que aguardaba el momento sur de tu cosecha.
 
Repararme a mí mismo me costó la vida, aquella tan blanca que viste hace tiempo.
 
Recorrí los mapas, meé cara al viento, no esperó al final tu cuerpo naranja.
 
Y este año de más, y este siglo.
 
Europa y tu vientre os fuistéis de tragedia.
 
Y este año de más, y esta luz ya de muerte.
 
Y este año de más, y estas manchas de vida.
Cuando se enciende la noche ocurre una batalla dentro de las nubes. Todos los viajes son interiores.

Las brújulas se agotan, los astrolabios se niegan.

1. Te amo desde aquí y es como si enviase mil abejas de cristal a la orilla de tu casa para ensayar una sinfonía de vasos comunicantes. Pero no me puedo desenterrar de este planeta, me parezco tanto a la gente que sufre que al mirarme en el espejo veo mi dolor y el de aquella niña.
2. La vida ocurre cuando la puerta se entreabre. Yo te sueño y es de cal o una materia  también blanca con la que sólo se pueden construir las sombras que vemos pasar cuando se encienden las pesadillas.
3. Que tú me ames no me pertenece a mí, lo mismo si no me amas. Sólo es mío mi amor, que cuando me quedo dormido a tu esfera y respiro el aire oscuro de tu sombra las moléculas de oxígeno ruedan por los cables de mis venas, y lleno de tu eclipse, convertido en hombre y en reloj, camino y acudo a los lugares.
4. Te amo: la vida se da entre los párpados. Te amo: la muerte ocurre en el vientre. Tú aconteces en las horas de mayor luna al cabo del día y hoy te estoy remitiendo un enjambre azul de mariposas, y ahora te estoy requiriendo con urgencia, y más tarde abriré los ojos y será primavera, como siempre lo es sobre tu pecho.

Un rey tenía tres hijos o hijas, no estaba muy seguro.

Entre batalla y batalla se metían en su alcoba y se probaban tules y sedas, terciopelos y cretonas. Se peleaban con almohadas de plumas y se cambiaban de bragas y de corsés frente al espejo. Hasta que llegó la edad de merecer y el rey quería tener descendencia y morir con la tranquilidad que da la sonrisa de un heredero o heredera.

Así que convocó a todas las princesas o príncipes de los reinos cercanos o lejanos e inició un festival que iba a durar tres días o tres noches.

Al final de la bacanal los hijos o hijas del rey presentaron a sus elegidos o elegidas. Se celebraron las bodas pocos días o noches más tarde.

Y a los pocos meses nacieron tres infantes o infantas, no estaban muy seguros.

El rey, o reina estaba feliz o feliz. Y por fin le daba igual si su mujer o esposo dudaba de la masculinidad o feminidad de sus hijos o hijas.

Y aquí termina la historia o historio.

En las lágrimas que no tuve una tabla seca me golpeaba al sol, lleno de moscas, y la muchedumbre arrojaba pan a los patos y sal a mis heridas.

No los miré con desprecio, no sabían lo que hacían (siempre la misma ignorancia para exculpar a los necios).

Ni siquiera es posible que el Sol recuerde el nombre de alguno de sus satélites.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Álvaro Lagos amaba con pasión a Mercedes Cuna.
La pasión les había llegado cuando creían que la vida ya sólo se limitaba a ofrecerles días y noches consecutivos, pues ya estaba todo cumplido en este mundo: los hijos crecidos, los nietos sanos y sus cónyuges haciéndoles señales con la mano desde los nichos para que se dieran prisa, que dormir en soledad es muy frío cuando sólo se tiene la ocupación de ver cómo ruedan los gusanos sobre la carne.
Mercedes Cuna perdió a Asterio Pardo una tarde de febrero, tras cuarenta y siete años de una felicidad pretérita pero cierta. Le acompañó hasta la tumba con la certeza por primera vez en su vida, de que le había amado por encima de todas las cosas.
Álvaro Lagos perdió a Alicia Sánchez una mañana de febrero después de cuarenta y cuatro años de una felicidad monótona. Cuando se cerró el nicho comprobó que era, de alguna manera, libre. Aunque no supo para qué quería libertad con tantísima tristeza.
La mañana del sepelio era tan tibia y vidriosa que cada uno, desde su comitiva, pensó que jamás hubiera imaginado así aquel día.
El coche fúnebre que cargaba con el cuerpo de Asterio Pardo se detuvo frente al nicho cuarenta y cinco, unos minutos después lo hizo frente al cuarenta y siete el coche que traía los restos de Alicia Sánchez.
Las miradas de los viudos se encontraron en un momento de vacío y se tendió entre ellos un puente de compasión.
Y como el puente ya estaba tendido asistieron al cierre de los nichos desde una inesperada complicidad.
Con un aturdimiento que se prolongaba varias horas, les pareció a ambos que de repente enterraban a otros, a extraños, que la compañía que se estaban ofreciendo a veinte metros era la del mismo dolor.
Y en ese preciso instante comenzaron a amarse. Y desde ese momento, sus difuntos comenzaron, celosos, desde la tumba a hacerles señas con las manos, apremiándoles, temiendo ya el abandono tras el funeral, la llegada de la tarde, la primera noche en el cementerio.
Desde ese día Álvaro y Mercedes, aún sin dirigirse la palabra, establecieron un acuerdo invisible para visitar las tumbas los mismos días y a las misma horas. La primavera de azahar les trajo nuevos impulsos.
Álvaro, cuarenta días después de haber enterrado a la mujer de su vida, se despertaba de un brinco todos los martes y jueves, oliéndose aromas preciosos por las venas.
Mercedes Cuna sentía un hormigueo en las entrañas cuando veía amanecer los jueves y los martes.
En el cementerio manchado de claroscuros se estableció desde entonces una competencia de flores. Los ramos que Álvaro Lagos colocaba en los vasos de la tumba de Alicia Sánchez eran flores pensadas para Mercedes Cuna. Dejaron de ser lirios y crisantemos para volverse rosas rojas, claveles y ramilletes de lavanda. Mercedes, para que no pareciera, más por resistencia femenina que por luto debido, lo que de verdad estaba siendo, encargaba coronas mortuorias, aunque se estaba muriendo de ganas por traer flores enormes y hermosas para poner en la tumba de su difunto y que Álvaro entendiera. Álvaro entendió de todas formas.
Cuarenta y nueve días después de las muertes, Mercedes le enviaba a Álvaro flores multicolores en las coronas y él se sintió tremendamente dichoso. Los únicos encuentros en esos seis años se habían llevado a cabo de la misma manera: sin mediar palabra, con miradas furtivas. Con flores. Con flores distintas, de mil nombres, con cintas en las coronas que escribían recados de amor.
El día del presentimiento, Álvaro supo que debía romper algo de aquella rutina de círculo. Por eso, cuando apareció Mercedes con la corona él, en lugar de poner las rosas azules en el vaso de la lápida de Alicia, se acercó a ella con reverencia de caballero. Entregó las flores a Mercedes que sonrió pidiéndole disculpas por no ponerle la corona fúnebre al cuello.
Y en un momento de vacío, se tendió en sus miradas un puente de amor edificado con la certeza de que había que hacer algo urgente, de que había que soltar anclas para que el tiempo se detuviese y nunca llegase el destino. Decidió invertir el orden de sus presentimientos y si primero había de morir el amor y luego él, se dispuso a morir él antes que su amor.
Se excusó un momento y se ocultó detrás de un los nichos. Allí sacó un revólver y se apunto a la sien mirando con tristeza la sombra de Mercedes confundida entre los claroscuros de los cipreses. Y disparó. La negrura del destino que Mercedes Cuna había descubierto instantes atrás se le vino en cascada de cuchillos sobre el alma. Y pensándose viuda por segunda vez corrió hacía donde Álvaro Lagos iba desparramando sus recuerdos en forma de sangre por el suelo. Sabiendo lo que debía hacer tomó un bolígrafo de la chaqueta de Álvaro y en un trozo de papel escribió: “quiero ser enterrada en el mismo ataúd que Álvaro Lagos”. Apretó el papel en su puño izquierdo y con la derecha tomó el revólver.
Asterio y Alicia dejaron de hacerles gestos de invitación. Sus manos crispadas en el nicho revelaban ahora una especie de celos de ultratumba.
Mercedes y Álvaro, dentro de un ataúd espacioso, una cama de matrimonio con dosel de ébano, comenzaron a disfrutar de su compañía en el momento mismo del entierro.
No sintieron ninguna tristeza la primera noche lejos de las luces de la vida. Y disfrutaron los primeros meses de su cuerpo en descomposición.
Muchos años más tarde continuaban acariciando la blancura calcárea de sus huesos.

lunes, 20 de octubre de 2014

BATIDORA DE MANO (Instrucciones de uso)

Su batidora de mano puede mezclar, batir, picar, amenazar y mediar en las discusiones de usted y su marido de usted.
Ideal  para preparar gran cantidad de alimentos que aquí no vamos a reseñar, pues necesitaríamos un manual de instrucciones del tamaño de un diccionario y en nuestra empresa no tenemos en nómina a ningún empleado que se vaya a dedicar a la literatura.

En caso de usarse para amputar dedos, asegúrese de hacerlo con gafas y mono o delantal protector. 

Recomendamos cubrir las paredes con bolsas de plástico.
Si su propósito no es el de amputarse los dedos no es preciso que tome estas precauciones.

En caso de batir una salsa hirviendo en la cazuela de preparación, retire la misma del fogón previamente. Si por desidia, temeridad o excesiva confianza en la Divina Providencia, no retirase la cazuela del fogón mientras bate la salsa, tenga preparada su cámara de fotos y el teléfono de la ambulancia. Con la cámara de fotos, y siguiendo las instrucciones de la cámara de fotos, hágase un retrato y remítalo a nuestra dirección, pues los enmarcamos y decoramos con ellos las oficinas, salas de espera y pasillos de nuestra factoría.

Para evitar salpicaduras, coloque la batidora dentro del recipiente, comience con la velocidad menor, pase a la superior a continuación, tome las aspas plegables de 5 metros de diámetro y engárcelas en el eje rotatorio. 
Asegúrese de enchufar la batidora a un prolongador de varios cientos de metros, colóquese en el borde de la ventana y al grito de “Jerónimo” salte una vez hayan comenzado a oscilar las aspas sin olvidar dejar una nota encima de la mesa o pegada con fixo en el espejo del baño para que su familia no se inquiete y sepa, conociendo la longitud del cable, dónde se encuentra usted aproximadamente.

Cuando el coronel Smith gritó en el desierto aquello de “¡Al ataque!”, los ochenta soldados del escuadrón se hicieron los sordos mientras el enemigo se perfilaba numerosísimo en el horizonte. Discutían sobre la conveniencia de hervir un tomate con las lentejas o, en todo caso, añadirle pimentón para darle un sabor más vivo. 

El coronel Smith carraspeó para aclarar la voz y gritó de nuevo y con más fuerza “¡Al ataque!”. La discusión arreciaba entre los soldados y los empujones de un principio se transformaron en los puñetazos del final. El escuadrón entero se revolcaba a golpes por el suelo, dándose unos a otros en la cabeza con el casco o los prismáticos, liándose a patadas o intentando estrangularse entre si con el pañuelo blanco que llevaban al cuello.

El enemigo se acercaba cada vez más despacio hasta que se situó a menos de un tiro de piedra del escuadrón del coronel. Poco a poco se fueron dando la vuelta en sus caballos y, con un gesto de resignación, se marcharon a buscar otros escuadrones que hubiese por la zona. Todos los soldados del escuadrón del coronel Smith yacían exhaustos sobre la arena ardiente. 

El coronel sollozaba “Mi escuadrón, mi maravilloso escuadrón…” 

Fue entonces cuando el cabo O´Donnell se levantó del suelo y, acercándose a Smith, le dio un beso en la frente antes de volver a desmayarse lleno de chichones.

Eran tres cerditos y un lobo y etcétera.

Cuando el lobo, después de haber destrozado las casas de paja y de madera de los dos primeros puercos se dirigió a casa del tercer marrano se dio cuenta de que ya no le quedaban ni aire ni fuerzas en sus pulmones. “Todos nos hacemos viejos” pensaron los cuatro. 

Y un soplo de melancolía se dejó sentir en el color anaranjado de la tarde.

Desde aquel día el lobo fue bien recibido por los cerditos, que le sacaban pastas y anisete de Chinchón. Oían juntos la radio y jugaban a la brisca.

Por eso nadie entendió que cuando apareciera aquella señora seca y amarilla vendiendo manzanas el lobo se lanzase sobre ella y se la zampase de un mordisco.

“Oh, lobo. Acabas de comerte a la pobre Caperucita”, dijeron los cerditos.

“Es que soy un lobo”, dijo el lobo.

Es que ni los lobos pueden escapar a su destino.

El coronel Smith es el único militar de su promoción que tiene la esperanza de escapar alguna vez a su destino, pero siempre está el cabo O´Donnell para desanimarle.

Era el cumpleaños del obispo y todos los curas de la diócesis –más de mil quinientos- se habían arremolinado en la plaza del palacio episcopal. Cada uno llevaba el tradicional paquetito con el regalo: unos alzacuellos de moda que eran la envidia de los obispos de los alrededores. 
Se cuenta que hasta el Papa lanzaba indirectas a sus cardenales para que le regalasen alzacuellos el día de su cumpleaños en lugar del repetido pisapapeles en forma de paloma blanca o del arcángel Gabriel de alpaca, espada en alto, que servía de abrecartas.

Entusiasmado, el obispo apartó un poco el visillo de su estancia y pudo ver a los mil quinientos curas que se daban codazos y empellones para estar más cerca de la puerta del palacio cuando ésta se abriese.

Comenzó la audiencia bien entrada la mañana. Una cola inmensa de sotanas negras desfilaba delante del obispo y le entregaba su paquetito: alzacuellos verdes, con pececitos, estrellas, rayas azules, Mickey Mouse, ositos, tweed de Escocia. Todo transcurría como cada año, hasta que llegó aquel cura bajito y redondo que entregó su paquete bastante más grande que los otros. El obispo se entusiasmó al ver el tamaño y desempaquetó con avaricia aquel misterio hasta que se vio una especie de pingo de colores, de una apariencia como de goma. “Hay que soplar aquí, en esta espita”, dijo el cura. Y el obispo comenzó a soplar y soplar hasta que poco a poco fue tomando forma. Era una obispa de látex, una obispa hinchable.

Un rumor de reprobación recorrió la inmensa sala. Cómo era posible aquel despropósito. El obispo seguía soplando por la espita para que aquello tomase consistencia. El rumor inicial se transformó en griterío y empujones al cura bajito y redondo que había tenido aquella idea infernal. Incluso un grupito del fondo gritaba “a la hoguera, a la hoguera”.

El obispo comenzó a agitar los brazos ordenando silencio. Cuando por fin estuvieron todos callados, el obispo habló: “hijos míos, ya está bien. Me habéis puesto un dolor de cabeza… hale, cada cura a su parroquia. Yo me retiro a descansar”. 

Y mientras las sotanas fueron saliendo de la estancia, el obispo cogió la obispa de goma y se retiró con ella bajo el brazo a sus aposentos.

Paris, Reuters.- En la mañana de ayer lunes, los visitantes del museo del Louvre pudieron ver cómo la Gioconda, desde el fondo de su cueva de vidrio, sustituyó su sonrisa habitual por una mirada zafia y malhumorada. Desde lo más profundo de su vitrina, miraba retadora a cada uno de los turistas. Si alguien, a pesar de la prohibición ya conocida, disparaba el flash de su cámara, la Mona Lisa se espantaba a grandes gritos y enseñaba sus puños al fotógrafo.

Pasados unos minutos llegaron cuatro funcionarios que han abierto el vitral y han extraído el cuadro, sustituyéndolo por un bodegón de caza con unas perdices muertas y desangradas en un primer plano.


Después de montar el cuadro en una carretilla han abandonado la sala llevándose a una Gioconda de cara asustada e interrogante en medio de los aplausos del público






Cuando los santos van a la guerra se ocupan, por la noche y mientras todos duermen, de vaciar de pólvora las balas de sus compañeros. Un día, uno de los santos le dijo a otro.

-Sería más razonable ir y vaciar de pólvora los cartuchos del enemigo.

-Entonces no seríamos mártires- dijo el otro santo.

-Pero seríamos vírgenes- dijo el primero.

-Serás tú…

Al coronel Smith no le hace gracia que le envíen santos a su escuadrón, porque cometen milagros algo estúpidos, como hacer florecer la culata de madera de los fusiles o llenar de mariposas blancas las trincheras. El cabo O´donnell quiere ser santo, pero le pierde la fotografía que lleva en su mochila de una mujer y sus pechos. 

Eso, al coronel Smith, le tranquiliza bastante.

Marcel Proust dejó olvidado un escrito que apareció escondido en la maleta de un viajante de seguros.
EXTRACTO

“(…) el día que mojé la madalena en la tacita de whisky se me arremolinaron los recuerdos más íntimos y profundos (…) porque el que era un plasta era el sargento Pancorbo que una vez me encontró meando en (…) de noche, sí, era de noche cuando ella se me acercó y se bajó las (…) no, no es necesario que te acerques tanto para quitar el tapón, no te vaya a saltar el depósito (…) de noche, sí, era de noche cuando ella (…) las damas desalentadas tienen un aroma perdido de deseo que fue lo que la entrepierna de (…) y me dijo que me iba a tragar más guardias que un recluta pero no era mal tipo porque (…) sí, acércate, anda, acércate, tú no me hagas caso y verás cómo te revienta en las narices (…) cuando el límite de las cosas lo pone un imbécil como tú pasa que (…) no era el momento y los dos se dieron cuenta”. 



Un joven pastor llevaba las ovejas por las montañas cuando al otro lado de una roca se encontró con la Esfinge de Tebas. “Ah, incauto. Has venido derecho a mis garras. Habrás de adivinar un acertijo o te lanzaré al precipicio”.

El joven pastor, que era muy valiente no se arredró y le dijo a la Esfinge que le propusiera la adivinanza.

“Muy bien”, dijo la esfinge, “Cuál es el animal que de pequeño camina a cuatro patas, más tarde lo hace con dos y, cuando ya es viejo, con tres”.

El pastor respondió entre risas: “Muy fácil. Se trata del hombre. De niño camina a gatas, de mayor lo hace con las dos piernas y cuando es anciano se ayuda de un bastón…” Miró a la Esfinge victorioso y sin embargo ésta le dijo “No. Es el Piescambiantes de las cavernas”.

“Uuuh” dijo el pastor antes de precipitarse al vacío.

El recuerdo de la blancura siempre será más blanco que la blancura.

El recuerdo de la blancura siempre será más real que la blancura y se coge al filósofo y se le fríe en aceite de calamares para que se calle de una vez.

Es preferible no comer nada a comer pescado. Y ya no es cuestión de espinas. El gurú Rabamindra nos estuvo explicando anoche, durante las flagelaciones, las tres consecuencias nefastas de ingerir peces muertos:

a) El alma se sumerge.
Y no precisamente en si misma, sino en profundidades cenagosas donde abundan congrios y esturiones. Terribles y voraces seres acuáticos que raptaron en una ocasión a un cuñado de Buda obligándole a repetir mantras como aquél que dice “A quien madruga, mi más sincera admiración” en clara contradicción con el otro mantra que también le obligaron a recitar “No por mucho madrugar te admiraré hasta que mueras”.

b) y c) No las recuerdo porque, en ese punto, las flagelaciones que me asestaba Sebastián, el eunuco, se escuchaban más que la voz del gurú Rabamindra que, por otra parte, creo que estaba dormido.

Es preferible ser pez a ser ratón, aunque la digestión de los peces no sea recomendable. No recuerdo las razones, pues el gurú Rabamindra estaba procediendo a las explicaciones justo a la hora de los pinzamientos.

Cuando Sebastián, el eunuco, me pinza con las tenazas en el escroto, mis gritos no me dejan atender a la sabiduría que en ese momento derrocha el gurú Rabamindra. He de hablar con él sobre la idea de instalar una megafonía en el sótano.

“Si te golpean en una mejilla, asegúrate de que ha sido a propósito. En ese caso, no ofrezcas la otra sino la misma. Hay que tener en cuenta que la otra mejilla estará más fresca y será más barato para nuestra comunidad aplicarte un sólo bistec de ternera. La comida escasea. El Diablo permite que así sea. No comáis carne de ternera. Dejadla para cuando a uno de vosotros le abofeteen, lo cual es muy probable” (Rabamindra).

(…)
Releyendo lo escrito en aquella sospechosa colonia de verano, me he dado cuenta de cuanta razón tenía el gurú Rabamindra en ciertas cosas.
Ya apenas recuerdo toda la sabiduría que derramó de sus labios. Pero no puedo olvidar lo útil de los pinzamientos. Ante la negativa de Sebastián de venirse conmigo después de las vacaciones, tuve que hacerlo todo por mi cuenta. He descubierto que para purificar los sentidos, nada hay mejor que un buen pinzamiento en el escroto. Y para llevarlo a cabo, el mejor utensilio son las pinzas de colgar la ropa.
Ahora mismo escribo esto con doce pinzas de plástico de diferentes colores tupiendo de magníficos dolores mis enrojecidos testículos.
(…)

¿Cómo pude ser tan ciego? ¿Cómo pude caer en la tentación de los pinzamientos por mi cuenta?
Ya hace tres meses que no escribo. Los pinzamientos por cuenta propia son inservibles. No escribo desde hace tres meses porque, para ser escritor, no hay que pinzarse el escroto con pinzar multicolores. Resulta más eficaz tomar un bote del diámetro apropiado, llenarlo de avispas e introducir los colgantes en el recipiente. Uno no escribirá con mayor avidez, pero lo que diga o escriba, sea lo que sea, ganará en estilo y en sinceridad.

O al menos eso me recomendó ayer el gurú Rabamindra a la hora de las lijas.

Tú me miras desde el espejo y entonces sé que soy yo quien me está mirando con ojos de pez desde el otro lado del vidrio. Y al deshojarme de tal modo que quedo descubierto, cometo el error de creer que eres tú quien me mira, atrapada en ese mundo inverso de detrás del azogue. Y hago lo imposible para que salgas de ese aire, de ese espacio oblicuo y a contramano que se extiende detrás del cristal donde yo sólo alcanzo a ver la alcoba invertida, la puerta de la alcoba que se abre al revés y ahí se deja de ver todo, nada promete que detrás de esa puerta zurda puedas recorrer el pasillo y abrir el balcón para ver mi ciudad con los puntos cardinales vistos al envés.

Aquella ciudad donde una tarde caminamos del derecho bajo una lluvia incierta que te me prometía con certeza al llegar a tu casa ensopados pero llenos de jilgueros en las partes fundamentales del cuerpo.
Te miro en el espejo y no soy yo, eres tú que me ha intercambiado con una transubstancia grave, con una imagen nuestra que a pesar de las huidas nos reconoce desde ese mundo de ahí enfrente, nos observa como en un acuario, nos desviste a los dos y somos uno porque es uno solo quien observa desde aquí y es una sola quien me mira desde allá.

Te pregunto con la mirada y soy yo mismo quien me sigue arrancando capas de lienzo y allí estamos, desnudos frente a frente, yo con mi navaja, tú con tu pólvora, y procedemos: tú me acercas la navaja al cuello y un relámpago de miedo lastima mis sienes allá donde tú estás, y me afeitas con dulzura, y te empolvo con lujuria, y me confundes contigo misma desde tu lado, que aún no sé si es el de que de verdad te corresponde.

Y terminamos con un beso de nariz y partimos cada uno hacia nuestros avatares. Tú a tu mundo, yo a mis cables.

Allí me encontrarás y habitarás conmigo, comentarás, discutirás, me poseerás alguna tarde con la lujuria de las ventosas. Rumiarás a mi lado la rutina, recorrerás las tiendas, los teatros de mi mano, te mirarás en otros espejos. Yo, aquí, en este lado hablaré contigo, discutiré motivos y alguna tarde te cubriré de tactos con el mismo pecado que cometieron las fresas.

Prometo sacarte algún día de detrás de esa luna en la que te encerraste desde siempre y donde yo te miro a mí mismo para darme cuenta de que, sólo algunas veces, somos lo mismo tú y yo.

Debes de estar en alguna parte, adolescencia. Aún tus rumores de vino en rama confluyen en los cauces donde el azar ha dispuesto mis narices.

Debes de flotar aún en algún aire, yo no te siento marchada, ajena. Ni dueña de otro, cumbre de otros hombros, luces de otro cuerpo.

Tu persistencia tan amable se me arponeó en la espalda y allí creí que siempre iba yo a rondar por tus espacios.

Tenía la ciudad entonces, y las casas, recuerdo, un afán ciego por respirarme.

Sé, por medidores, por fotómetros, por la certeza que ocasiona la ciencia que la luz aún es la misma y en su entraña Newton descompone con un prisma los mismos colores.

Sé, por razones comprobadas, técnica implacable, que los ecos son los mismos, que la claridad del mundo perdura cierta y tan turbia o blanca como era entonces.

Yo, que creo en los átomos, también creo que persistes (a los brazos de tus años quiero lanzar mi cuerpo como a una cascada).

El tiempo, continuo como una playa, está tatuado de signos.
Aún presiento azucenas en tu espíritu de liebre.  

Aquí mismo te ocultas, aquí, tan cerca, que sólo con estirar mi brazo un centímetro más de lo imposible podría atraparte para siempre.

Una tarde que estemos sentados en la hierba plana de una orilla plana de un mundo montañoso me explicarás cómo puede tu sola presencia superpoblar el mundo.
Dame la mano de mimbre con que te ocupas en mesarte el pelo cuando no te habla nadie, que yo le pondré dentro la explicación de por qué una noche fui un delincuente.
Tanto y de qué manera perseguí tus huellas en aquel valle, que aún retumba.

Cuando los ángeles se estrellan provocan cráteres milenarios.

domingo, 19 de octubre de 2014

I

Eusebio es un imbécil que vive cerca de donde su pueblo hace más ruido: la plaza de los Miércoles.

Se sostenía hasta hace poco alimentado por una ilusión morena, pero la perdió por no haber entramado correctamente sus estrategias.

Colecciona soliloquios: unos verdes; otros, torcidos; algunos, reverberantes.

La ilusión morena tiene un nombre que a Eusebio, sólo con oirlo, le inunda el cuerpo de abejas y de luciérnagas: Trinidad, ese es su nombre.

A punto estuvo hoy de decirle algo cuando, sentado en el banco de piedra que hay bajo el Olmo de la Cuesta Blanca, Trinidad pasó vestida de domingo, siguiendo el juego al viento su pelo y el vuelo de su falda.

Como no pudo decirle nada, se fue al río y comenzó a repasar sus soliloquios, en especial los esféricos que, en opinión de don Jesús, el cura, son los más redondos.

II
Cuando Eusebio se enamora se nota enseguida porque le aparecen tréboles por todas partes: en los cajones, en los bolsillos, debajo del fieltro verde que hay en el bar para jugar al mus. 

Pero hoy se percibía con más claridad que nunca porque el aliento de Eusebio olía a algo desconocido, igual que cuando aquella vez pasó una gitana vendiendo jazmín y todo el pueblo olía a blanco.

III
Es preciso ver a Eusebio cuando comienza con sus soliloquios. Para divertirse un rato, durante la partida de mus, don Jesús, el cura, le ha pedido a Eusebio que comenzase uno.

Había que verlo.

Levantaba las manos, torcía las piernas. Un rictus en la boca de la que emergía un rumor que más de uno interpretó como el berrido de los ciervos. Cuando don Jesús, el cura, ha creído que ya era bastante, les ha recriminado a todos su conducta y le ha dicho a Eusebio que se fuera en paz.

IV
A Eusebio le llueven terrones de azúcar algunas veces. Dio que hablar mucho el día en que, después del granizo de terrones, le cayó encima una catarata de cucharillas.

V
Trinidad está muy pálida y delgada. Su pelo más negro que nunca. Eusebio se muere de amor cuando la ve pasar y, algunas veces tiene que meterse entre zarzales porque se lo piden las luciérnagas que lleva dentro.

VI
Trinidad ya no sale de casa. Hablan las gentes de una enfermedad de la sangre. De un nombre que a Eusebio le parece hermoso: Leucemia. Y Eusebio se llena de abejas y repite con devoción “leucemia, leucemia” y sueña con que a su primera hija le pondrán ese nombre. Trinidad tiene Leucemia. Y la envidia le corroe porque bien podría ser “Trinidad tiene a Eusebio”.
Y Eusebio quiere con todas sus fuerzas ser Leucemia.

VII
Eusebio les explica a las hormigas que no hay que hacer como las cigarras. Y se va contento porque ve que le hacen caso.

VIII
Diana, la princesa del Fin del Mundo, ha querido conocer a Eusebio y, al verlo, le ha parecido bien.

XIX
La esfera de la Luna se rompía de noche contra el mar en una pradera de mariposas de estaño.
Dios estaba ya, por entonces, bastante sordo.

X
Hoy se ha levantado Eusebio con un extraño sabor de madera en la boca. Las campanas lloraban con esa tediosa simpleza del toque a muerto. Se ha asomado a la ventana ye en ese momento pasaba el cortejo: don Jesús, el cura, en cabeza, detrás de él la caja oscura.
No vio a Trinidad por ninguna parte. “Estará regando los geranios o jugando con los gorriones”, pensó.

XI
A la orilla del río, Eusebio pronunció todos sus soliloquios. Los verdes, los torcidos, los esféricos, los reverberantes. Los azules terciopelo y hasta los de canto rodado. Esperaba que el agua se los llevase a Trinidad.

Al recitar su soliloquio de despedida decidió no lanzarse al río.

Alguien debía quedarse en el pueblo para dar luz para siempre a Trinidad.

Porque a Eusebio aún se le llena el cuerpo de abejas y de luciérnagas cuando piensa en la preciosa calavera de talco de Trinidad.

Hoy llueve todo el cielo. Un gran espacio, una hecatombe de gotas y ráfagas de calderos de agua y color gris se ha hecho propietaria del mu...