domingo, 30 de noviembre de 2014

Los habitantes mágicos del mar son dos: las sirenas y los tritones. Aquéllas tienen la mitad superior del cuerpo de mujer y la otra mitad de pez. Éstos tienen la mitad superior del cuerpo como un hombre y el resto como los peces.

Algunas veces ellos persiguen a las sirenas para hacerles burla, y otras para decirles piropos. Ella se ponen coloradas y eso a ellos les hace ser más traviesos.


El caballito de mar lo graba todo con su cabeza de cámara de televisión. 


He venido corriendo desde la humareda más lejana de la tierra, y tuve que saltar el foso de los inviernos: un grillo azul bajó la cabeza y vio, sin mucha fe, los pies y las nubes de mis piernas. 

He pasado muy cerca del borde del mundo, donde el mar se precipita hacia su propia lluvia. Las alas del ángel que me señaló el camino eran membranosas alas de murciélago.



En el segundo piso un cura pierde litros de fe y en el primero duerme una mujer de flores (entonces las leyes no descubiertas del universo componen un bucle de neutrinos, como un ocho delante de su ventana y así los ángeles pasan de largo). 

Tiene esta casa un modo tan azulado de ser gris que los primeros rayos del alba aúllan de pena. 

No hay nada que hacer: continuarán allí los inquilinos rodeados por la muerte y una minúscula zona ajardinada.






Sólo son dos y gritan como embrujados, el alma les abandona todas las noches.  Por eso exigen whisky.

Qué mala libertad les trajo el Borbón, y entonces piden Bourbon.

Llueve, hablan de lo que el mundo les ha reclamado. Exiliados en su propia casa son persianas cerradas. Una vergüenza para todos.

¿Cómo pudo esta gloriosa nación llegar hasta el colmo de haber parido a estos dos pánfilos?

El infierno tiene más encuentros, en el infierno no hay mala compañía que en el cielo están los niños viejos, los que nunca arrojaron la primera piedra. Porque no son como ellos, porque estaban libres de culpa. El cielo está lleno de
neoliberales, de toreros. 

Son exiliados en su propio bosque, que es el bar de todas sus noches donde un jueves de febrero uno de los dos, no diré quién, se meó en los pantalones.

Son expulsados de su mismo espíritu tantas veces que antes que embarcarse en un mercante para conocer mundo y vida, planean más a menudo estudiar cómo se enlaza el eterno nudo de una horca.

sábado, 29 de noviembre de 2014

a)
Y si la muerte fuera ese túnel y Dios al final voceando:
sube, ven, acércate a ver si soy cierto.

b)
Si fuera así, todo perduraría y tú y yo perduraríamos.

(Y nuestras voces)
Dormir sin el escándalo tembloroso de un cuerpo a la derecha, a la izquierda, al alcance de un brazo a la etapa de un metro, una nuca sin cuello sobre la que emitir aliento, es darse cuenta confusa del interior de la boca, sentir la lengua en abundancia, morder la carne azul de las mejillas (sogas o cables las piernas, maromas los brazos).

Dormir sin el escándalo de un cuerpo al flanco es un silencio, es un trueno,
del que dan cuenta y son testigos las almohadas vacías, la paz excesiva de las sábanas.
Los brazos casi le traían todos los peces que miraba.

El fondo más profundo de su pena fue que se precipitó hacia adentro solo de todo.

Sin aquella luz ya nunca más.

me he manchado los ojos
de tu porcelana blanca
Lo ha dicho de una forma tan clarísima que lo ha comprendido hasta la última noche que tuve alma entre los dedos.

HAY AQUÍ UNA LÁPIDA QUE ME ESTÁ MOLESTANDO

I
Eusebio es un imbécil que vive cerca de donde su pueblo hace más ruido: la plaza de los Miércoles.
Se sostenía hasta hace poco alimentado por una ilusión morena, pero la perdió por no haber entramado correctamente sus estrategias.
Colecciona soliloquios: unos verdes; otros, torcidos; algunos, reverberantes.
La ilusión morena tiene un nombre que a Eusebio, sólo con oirlo, le inunda el cuerpo de abejas y de luciérnagas: Trinidad, ese es su nombre.
A punto estuvo hoy de decirle algo cuando, sentado en el banco de piedra que hay bajo el Olmo de la Cuesta Blanca, Trinidad pasó vestida de domingo, siguiendo el juego al viento su pelo y el vuelo de su falda.
Como no pudo decirle nada, se fue al río y comenzó a repasar sus soliloquios, en especial los esféricos que, en opinión de don Jesús, el cura, son los más redondos.
II
Cuando Eusebio se enamora se nota enseguida porque le aparecen tréboles por todas partes: en los cajones, en los bolsillos, debajo del fieltro verde que hay en el bar para jugar al mus. Pero hoy se percibía con más claridad que nunca porque el aliento de Eusebio olía a algo desconocido, igual que cuando aquella vez pasó una gitana vendiendo jazmín y todo el pueblo olía a blanco.
III
Es preciso ver a Eusebio cuando comienza con sus soliloquios. Para divertirse un rato, durante la partida de mus, don Jesús, el cura, le ha pedido a Eusebio que comenzase uno.
Había que verlo.
Levantaba las manos, torcía las piernas. Un rictus en la boca de la que emergía un rumor que más de uno interpretó como el berrido de los ciervos. Cuando don Jesús, el cura, ha creído que ya era bastante, les ha recriminado a todos su conducta y le ha dicho a Eusebio que se fuera en paz.
IV
A Eusebio le llueven terrones de azúcar algunas veces. Dio que hablar mucho el día en que, después del granizo de terrones, le cayó encima una catarata de cucharillas.
V
Trinidad está muy pálida y delgada. Su pelo más negro que nunca. Eusebio se muere de amor cuando la ve pasar y, algunas veces tiene que meterse entre zarzales porque se lo piden las luciérnagas que lleva dentro.
VI
Trinidad ya no sale de casa. Hablan las gentes de una enfermedad de la sangre. De un nombre que a Eusebio le parece hermoso: Leucemia. Y Eusebio se llena de abejas y repite con devoción “leucemia, leucemia” y sueña con que a su primera hija le pondrán ese nombre. Trinidad tiene Leucemia. Y la envidia le corroe porque bien podría ser “Trinidad tiene a Eusebio”.
Y Eusebio quiere con todas sus fuerzas ser Leucemia.
VII
Eusebio les explica a las hormigas que no hay que hacer como las cigarras. Y se va contento porque ve que le hacen caso.
VIII
Diana, la princesa del Fin del Mundo, ha querido conocer a Eusebio y, al verlo, le ha parecido bien.
XIX
La esfera de la Luna se rompía de noche contra el mar en una pradera de mariposas de estaño.
Dios estaba ya, por entonces, bastante sordo.
X
Hoy se ha levantado Eusebio con un extraño sabor de madera en la boca. Las campanas lloraban con esa tediosa simpleza del toque a muerto. Se ha asomado a la ventana ye en ese momento pasaba el cortejo: don Jesús, el cura, en cabeza, detrás de él la caja oscura.
No vio a Trinidad por ninguna parte. “Estará regando los geranios o jugando con los gorriones”, pensó.
XI
A la orilla del río, Eusebio pronunció todos sus soliloquios. Los verdes, los torcidos, los esféricos, los reverberantes. Los azules terciopelo y hasta los de canto rodado. Esperaba que el agua se los llevase a Trinidad.
Al recitar su soliloquio de despedida decidió no lanzarse al río.
Alguien debía quedarse en el pueblo para dar luz para siempre a Trinidad.
Porque a Eusebio aún se le llena el cuerpo de abejas y de luciérnagas cuando piensa en la preciosa calavera de talco de Trinidad.


Imagen  Paloma Climent


viernes, 28 de noviembre de 2014

Si me lanzo en vuelo libre sobre este preciosísimo monumento podría trajinarme las almas de algunos de los visitantes para intercambiarlas con Dios en la partida de cromos del próximo sábado (descansa por principio ético los domingos).

¿Qué demonios hago, Señor bendito?






jueves, 27 de noviembre de 2014

Lo peor o lo mejor puede ser que en el camino precioso de buscarte, de traerte con prisa y con afán, sea yo quien caiga
para siempre en mis propias cintas y quede atado a ti por siglos.
Tu cuerpo frente a mis dedos, membrana ligera y clara.

Adivino formas, ataques, besos, guerras saladas de lenguas piel y pelo donde termina siempre brotándote el cielo por la boca. Qué jaleo de faldas y de bragas, yo buscándote para exprimir y tocar tus entresijos de seda y estropajo. Con estrépito un remolino me aparta. Disparas mi semen al aire para constituir galaxias de galactosa.

Por la noche aún estamos vivos. 

Capaces de regresar a mil batallas de cansancio.
Volaba muy bajo porque el mundo también es de los que vuelan bajo, que no consiste la materia de la vida en ir a todas las reuniones de vecinos y de padres de alumnos subiéndose a los pedestales que uno se encuentra.

Vio el obstáculo y no le dio importancia porque la vida hay que dejársela en algunos intentos.

Desde entonces, su plumita la usan los senderistas como señal y las damas del Romanticismo como señuelo.

(El pájaro no ha muerto, no. Vive muy feliz anidando allá donde nadie le reclama impuestos ni existen televisores en los que se pueda ver de qué forma tan enrevesada está perdiendo su dignidad el mundo que habitamos).




sábado, 22 de noviembre de 2014

Ya te dije que no te asomaras al pozo.
Ya te dije que no te asomaras al pozo cuando yo estoy cerca.
¿Me oyes bien desde ahí abajo?
¿Notas la distancia de los cuerpos y fuerzas de la Seguridad del Estado?

¿Haremos el amor esta noche y me dejarás trepar por la orografía de tu cuerpo para sacar volando miles de golondrinas de tu vientre?
Existió un lugar terrible en mi alma cuando comienzaba a contar mis historias
en el momento preciso en que huyen los pájaros.
No te las contaré jamás al oído, tu oreja y el resto se fueron con prisa.
 
Antiguo amor mío, qué sucia la espera en que aguardaba el momento sur de tu cosecha.
 
Repararme a mí mismo me costó la vida, aquella tan blanca que viste hace tiempo.
 
Recorrí los mapas, meé cara al viento, no esperó al final tu cuerpo naranja.
 
Y este año de más, y este siglo.
 
Europa y tu vientre os fuistéis de tragedia.
 
Y este año de más, y esta luz ya de muerte.
 
Y este año de más, y estas manchas de vida.
Cuando se enciende la noche ocurre una batalla dentro de las nubes. Todos los viajes son interiores.

Las brújulas se agotan, los astrolabios se niegan.

1. Te amo desde aquí y es como si enviase mil abejas de cristal a la orilla de tu casa para ensayar una sinfonía de vasos comunicantes. Pero no me puedo desenterrar de este planeta, me parezco tanto a la gente que sufre que al mirarme en el espejo veo mi dolor y el de aquella niña.
2. La vida ocurre cuando la puerta se entreabre. Yo te sueño y es de cal o una materia  también blanca con la que sólo se pueden construir las sombras que vemos pasar cuando se encienden las pesadillas.
3. Que tú me ames no me pertenece a mí, lo mismo si no me amas. Sólo es mío mi amor, que cuando me quedo dormido a tu esfera y respiro el aire oscuro de tu sombra las moléculas de oxígeno ruedan por los cables de mis venas, y lleno de tu eclipse, convertido en hombre y en reloj, camino y acudo a los lugares.
4. Te amo: la vida se da entre los párpados. Te amo: la muerte ocurre en el vientre. Tú aconteces en las horas de mayor luna al cabo del día y hoy te estoy remitiendo un enjambre azul de mariposas, y ahora te estoy requiriendo con urgencia, y más tarde abriré los ojos y será primavera, como siempre lo es sobre tu pecho.

Un rey tenía tres hijos o hijas, no estaba muy seguro.

Entre batalla y batalla se metían en su alcoba y se probaban tules y sedas, terciopelos y cretonas. Se peleaban con almohadas de plumas y se cambiaban de bragas y de corsés frente al espejo. Hasta que llegó la edad de merecer y el rey quería tener descendencia y morir con la tranquilidad que da la sonrisa de un heredero o heredera.

Así que convocó a todas las princesas o príncipes de los reinos cercanos o lejanos e inició un festival que iba a durar tres días o tres noches.

Al final de la bacanal los hijos o hijas del rey presentaron a sus elegidos o elegidas. Se celebraron las bodas pocos días o noches más tarde.

Y a los pocos meses nacieron tres infantes o infantas, no estaban muy seguros.

El rey, o reina estaba feliz o feliz. Y por fin le daba igual si su mujer o esposo dudaba de la masculinidad o feminidad de sus hijos o hijas.

Y aquí termina la historia o historio.

En las lágrimas que no tuve una tabla seca me golpeaba al sol, lleno de moscas, y la muchedumbre arrojaba pan a los patos y sal a mis heridas.

No los miré con desprecio, no sabían lo que hacían (siempre la misma ignorancia para exculpar a los necios).

Ni siquiera es posible que el Sol recuerde el nombre de alguno de sus satélites.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Álvaro Lagos amaba con pasión a Mercedes Cuna.
La pasión les había llegado cuando creían que la vida ya sólo se limitaba a ofrecerles días y noches consecutivos, pues ya estaba todo cumplido en este mundo: los hijos crecidos, los nietos sanos y sus cónyuges haciéndoles señales con la mano desde los nichos para que se dieran prisa, que dormir en soledad es muy frío cuando sólo se tiene la ocupación de ver cómo ruedan los gusanos sobre la carne.
Mercedes Cuna perdió a Asterio Pardo una tarde de febrero, tras cuarenta y siete años de una felicidad pretérita pero cierta. Le acompañó hasta la tumba con la certeza por primera vez en su vida, de que le había amado por encima de todas las cosas.
Álvaro Lagos perdió a Alicia Sánchez una mañana de febrero después de cuarenta y cuatro años de una felicidad monótona. Cuando se cerró el nicho comprobó que era, de alguna manera, libre. Aunque no supo para qué quería libertad con tantísima tristeza.
La mañana del sepelio era tan tibia y vidriosa que cada uno, desde su comitiva, pensó que jamás hubiera imaginado así aquel día.
El coche fúnebre que cargaba con el cuerpo de Asterio Pardo se detuvo frente al nicho cuarenta y cinco, unos minutos después lo hizo frente al cuarenta y siete el coche que traía los restos de Alicia Sánchez.
Las miradas de los viudos se encontraron en un momento de vacío y se tendió entre ellos un puente de compasión.
Y como el puente ya estaba tendido asistieron al cierre de los nichos desde una inesperada complicidad.
Con un aturdimiento que se prolongaba varias horas, les pareció a ambos que de repente enterraban a otros, a extraños, que la compañía que se estaban ofreciendo a veinte metros era la del mismo dolor.
Y en ese preciso instante comenzaron a amarse. Y desde ese momento, sus difuntos comenzaron, celosos, desde la tumba a hacerles señas con las manos, apremiándoles, temiendo ya el abandono tras el funeral, la llegada de la tarde, la primera noche en el cementerio.
Desde ese día Álvaro y Mercedes, aún sin dirigirse la palabra, establecieron un acuerdo invisible para visitar las tumbas los mismos días y a las misma horas. La primavera de azahar les trajo nuevos impulsos.
Álvaro, cuarenta días después de haber enterrado a la mujer de su vida, se despertaba de un brinco todos los martes y jueves, oliéndose aromas preciosos por las venas.
Mercedes Cuna sentía un hormigueo en las entrañas cuando veía amanecer los jueves y los martes.
En el cementerio manchado de claroscuros se estableció desde entonces una competencia de flores. Los ramos que Álvaro Lagos colocaba en los vasos de la tumba de Alicia Sánchez eran flores pensadas para Mercedes Cuna. Dejaron de ser lirios y crisantemos para volverse rosas rojas, claveles y ramilletes de lavanda. Mercedes, para que no pareciera, más por resistencia femenina que por luto debido, lo que de verdad estaba siendo, encargaba coronas mortuorias, aunque se estaba muriendo de ganas por traer flores enormes y hermosas para poner en la tumba de su difunto y que Álvaro entendiera. Álvaro entendió de todas formas.
Cuarenta y nueve días después de las muertes, Mercedes le enviaba a Álvaro flores multicolores en las coronas y él se sintió tremendamente dichoso. Los únicos encuentros en esos seis años se habían llevado a cabo de la misma manera: sin mediar palabra, con miradas furtivas. Con flores. Con flores distintas, de mil nombres, con cintas en las coronas que escribían recados de amor.
El día del presentimiento, Álvaro supo que debía romper algo de aquella rutina de círculo. Por eso, cuando apareció Mercedes con la corona él, en lugar de poner las rosas azules en el vaso de la lápida de Alicia, se acercó a ella con reverencia de caballero. Entregó las flores a Mercedes que sonrió pidiéndole disculpas por no ponerle la corona fúnebre al cuello.
Y en un momento de vacío, se tendió en sus miradas un puente de amor edificado con la certeza de que había que hacer algo urgente, de que había que soltar anclas para que el tiempo se detuviese y nunca llegase el destino. Decidió invertir el orden de sus presentimientos y si primero había de morir el amor y luego él, se dispuso a morir él antes que su amor.
Se excusó un momento y se ocultó detrás de un los nichos. Allí sacó un revólver y se apunto a la sien mirando con tristeza la sombra de Mercedes confundida entre los claroscuros de los cipreses. Y disparó. La negrura del destino que Mercedes Cuna había descubierto instantes atrás se le vino en cascada de cuchillos sobre el alma. Y pensándose viuda por segunda vez corrió hacía donde Álvaro Lagos iba desparramando sus recuerdos en forma de sangre por el suelo. Sabiendo lo que debía hacer tomó un bolígrafo de la chaqueta de Álvaro y en un trozo de papel escribió: “quiero ser enterrada en el mismo ataúd que Álvaro Lagos”. Apretó el papel en su puño izquierdo y con la derecha tomó el revólver.
Asterio y Alicia dejaron de hacerles gestos de invitación. Sus manos crispadas en el nicho revelaban ahora una especie de celos de ultratumba.
Mercedes y Álvaro, dentro de un ataúd espacioso, una cama de matrimonio con dosel de ébano, comenzaron a disfrutar de su compañía en el momento mismo del entierro.
No sintieron ninguna tristeza la primera noche lejos de las luces de la vida. Y disfrutaron los primeros meses de su cuerpo en descomposición.
Muchos años más tarde continuaban acariciando la blancura calcárea de sus huesos.

Hoy llueve todo el cielo. Un gran espacio, una hecatombe de gotas y ráfagas de calderos de agua y color gris se ha hecho propietaria del mu...