sábado, 29 de noviembre de 2014

HAY AQUÍ UNA LÁPIDA QUE ME ESTÁ MOLESTANDO

I
Eusebio es un imbécil que vive cerca de donde su pueblo hace más ruido: la plaza de los Miércoles.
Se sostenía hasta hace poco alimentado por una ilusión morena, pero la perdió por no haber entramado correctamente sus estrategias.
Colecciona soliloquios: unos verdes; otros, torcidos; algunos, reverberantes.
La ilusión morena tiene un nombre que a Eusebio, sólo con oirlo, le inunda el cuerpo de abejas y de luciérnagas: Trinidad, ese es su nombre.
A punto estuvo hoy de decirle algo cuando, sentado en el banco de piedra que hay bajo el Olmo de la Cuesta Blanca, Trinidad pasó vestida de domingo, siguiendo el juego al viento su pelo y el vuelo de su falda.
Como no pudo decirle nada, se fue al río y comenzó a repasar sus soliloquios, en especial los esféricos que, en opinión de don Jesús, el cura, son los más redondos.
II
Cuando Eusebio se enamora se nota enseguida porque le aparecen tréboles por todas partes: en los cajones, en los bolsillos, debajo del fieltro verde que hay en el bar para jugar al mus. Pero hoy se percibía con más claridad que nunca porque el aliento de Eusebio olía a algo desconocido, igual que cuando aquella vez pasó una gitana vendiendo jazmín y todo el pueblo olía a blanco.
III
Es preciso ver a Eusebio cuando comienza con sus soliloquios. Para divertirse un rato, durante la partida de mus, don Jesús, el cura, le ha pedido a Eusebio que comenzase uno.
Había que verlo.
Levantaba las manos, torcía las piernas. Un rictus en la boca de la que emergía un rumor que más de uno interpretó como el berrido de los ciervos. Cuando don Jesús, el cura, ha creído que ya era bastante, les ha recriminado a todos su conducta y le ha dicho a Eusebio que se fuera en paz.
IV
A Eusebio le llueven terrones de azúcar algunas veces. Dio que hablar mucho el día en que, después del granizo de terrones, le cayó encima una catarata de cucharillas.
V
Trinidad está muy pálida y delgada. Su pelo más negro que nunca. Eusebio se muere de amor cuando la ve pasar y, algunas veces tiene que meterse entre zarzales porque se lo piden las luciérnagas que lleva dentro.
VI
Trinidad ya no sale de casa. Hablan las gentes de una enfermedad de la sangre. De un nombre que a Eusebio le parece hermoso: Leucemia. Y Eusebio se llena de abejas y repite con devoción “leucemia, leucemia” y sueña con que a su primera hija le pondrán ese nombre. Trinidad tiene Leucemia. Y la envidia le corroe porque bien podría ser “Trinidad tiene a Eusebio”.
Y Eusebio quiere con todas sus fuerzas ser Leucemia.
VII
Eusebio les explica a las hormigas que no hay que hacer como las cigarras. Y se va contento porque ve que le hacen caso.
VIII
Diana, la princesa del Fin del Mundo, ha querido conocer a Eusebio y, al verlo, le ha parecido bien.
XIX
La esfera de la Luna se rompía de noche contra el mar en una pradera de mariposas de estaño.
Dios estaba ya, por entonces, bastante sordo.
X
Hoy se ha levantado Eusebio con un extraño sabor de madera en la boca. Las campanas lloraban con esa tediosa simpleza del toque a muerto. Se ha asomado a la ventana ye en ese momento pasaba el cortejo: don Jesús, el cura, en cabeza, detrás de él la caja oscura.
No vio a Trinidad por ninguna parte. “Estará regando los geranios o jugando con los gorriones”, pensó.
XI
A la orilla del río, Eusebio pronunció todos sus soliloquios. Los verdes, los torcidos, los esféricos, los reverberantes. Los azules terciopelo y hasta los de canto rodado. Esperaba que el agua se los llevase a Trinidad.
Al recitar su soliloquio de despedida decidió no lanzarse al río.
Alguien debía quedarse en el pueblo para dar luz para siempre a Trinidad.
Porque a Eusebio aún se le llena el cuerpo de abejas y de luciérnagas cuando piensa en la preciosa calavera de talco de Trinidad.


Imagen  Paloma Climent


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