domingo, 30 de agosto de 2015

Somos una excepción de tiempo entre dos nadas, es decir, que nuestra vida es la lechuga del sándwich entre dos panes de vacío en forma de corchete.

Por supuesto que sí, que se da y se respeta la opción de no querer darse cuenta de lo que supone esta realidad mágica u horrible (según opiniones). O, por supuesto, de que la conciencia de esa verdad pueda llevar al absentismo vital y a buscar únicamente bienestares que añadan mostaza a la lechuga.

Sin mayonesa en la endivia no se debe vivir, no es justo que se transite por este valle de brócolis con la lágrima en la mejilla. Pero elegir dejar alguna huella y llevarse algo de esta ensalada es justamente lo que han escogido las personas que de verdad pueden confesar (y que todos podemos dar fe de ello) que han vivido.

Permanecer como un buen recuerdo en la memoria de alguien no será vida consciente después de la muerte, pero indicará que la ha habido antes, que uno ha estado pendiente de las verduras del otro y eso, de verdad, creo que sí que nos lo llevamos, porque lo hemos tenido y permanece, luego es nuestro para siempre.

Llevarse buenos momentos es una obligación que viene escrita en nuestras órdenes genéticas.

Lo que quiero decir es que estoy vivo y eso supone estar muy despierto a todo (todo) y a todos (todos).

Quiero decir: que el Universo reparta café sobre vuestras vidas en forma de granizo suave, de ese que no hace daño ni rompe las cristaleras.




jueves, 13 de agosto de 2015

Existen damas del Romanticismo y damas del Romanticismo, que no todas son iguales. No cometamos el error de caernos en la idea tan dilatada de que todas ellas se desmayan o fingen los orgasmos.

El tipo B de dama del Romanticismo está siempre dispuesta a fregar platos y a limpiar chimeneas. Confiesa en público sus flatulencias y usa vocablos que inventan los estibadores portuarios cuando se les cae alguna mercancía en los dedos de los pies.

En las fiestas señalan con el dedo y no se limpian los labios antes de beber de los vasos de Chateaubriand (tampoco saben en qué se diferencia del vino de tetrabrik).

Pero saben mirar las estrellas y ver en ellas el dibujo del pasado, y saben trazar los caminos que caminan con gentileza del presente al futuro.

Eso les descomponen los intestinos a las damas del Romanticismo tipo A, porque los caballeros persiguen a las damas B entre los claros del bosque por ver si son capaces de verles los tobillos.

En secreto, son las preferidas de los caballeros del Romanticismo para ser las madres de sus hijos y la compañía para su vejez.

No, las damas A, no soportan a las damas B.

Eso no es malo, al contrario.




Cuando pasan los años y los oscureceres se oscurecen al caer el tiempo y la tarde, los grandes obreros, los que han perdido o han ganado el tiempo dejándose caer la espalda para que nadie en la casa se quede sin la cuchara vacía, sin la almohada limpia, los grandes guerreros, construyen máquinas no del tiempo para ir hacia adelante o hacia atrás, no. 

Han inflado clarinetes y han pisado los terrenos de los bancales con sus manos para hacer crecer yemas de los árboles, para haces que asomen botones verdes de las tomateras.

Construyen máquinas del tiempo con artilugios negros y grasientos, comprados en ferreterías, y las construyen concentrados en sus manos para que el tiempo y los objetos se detengan,  para que se quede todo en su lugar, que es donde deberían algunas veces quedarse todas las cosas.

A eso dedican su tiempo los enormes guerreros.



Hoy llueve todo el cielo. Un gran espacio, una hecatombe de gotas y ráfagas de calderos de agua y color gris se ha hecho propietaria del mu...