jueves, 13 de agosto de 2015

Existen damas del Romanticismo y damas del Romanticismo, que no todas son iguales. No cometamos el error de caernos en la idea tan dilatada de que todas ellas se desmayan o fingen los orgasmos.

El tipo B de dama del Romanticismo está siempre dispuesta a fregar platos y a limpiar chimeneas. Confiesa en público sus flatulencias y usa vocablos que inventan los estibadores portuarios cuando se les cae alguna mercancía en los dedos de los pies.

En las fiestas señalan con el dedo y no se limpian los labios antes de beber de los vasos de Chateaubriand (tampoco saben en qué se diferencia del vino de tetrabrik).

Pero saben mirar las estrellas y ver en ellas el dibujo del pasado, y saben trazar los caminos que caminan con gentileza del presente al futuro.

Eso les descomponen los intestinos a las damas del Romanticismo tipo A, porque los caballeros persiguen a las damas B entre los claros del bosque por ver si son capaces de verles los tobillos.

En secreto, son las preferidas de los caballeros del Romanticismo para ser las madres de sus hijos y la compañía para su vejez.

No, las damas A, no soportan a las damas B.

Eso no es malo, al contrario.




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