miércoles, 25 de febrero de 2015

Se puede leer a Shakespeare de tantas maneras que aterroriza porque exporta la percepción hasta los límites, roza el final infinito donde el lenguaje ensambla palabra con vida y muerte. Shakespeare ha dicho todo lo que se puede decir en este planeta. Es exactísimo en sus versos. Perfecto en sus marionetas.

Por ese motivo, ni las autoridades sanitarias, ni los bomberos; creo que ni la policía o las comunidades de propietarios deberían admitir que las damas del Romanticismo lo lean en grupitos bajo las sombrillas junto al lago mientras apuestan collares de topacio por cuál habrá de ser el resultado final del cuello de Desdémona o el tamaño y peso justo de la calavera que ofrece Hamlet a la atmósfera con su eterna cuestión; ni por el talante o palabra de la última frase de cualquiera de sus ajustadísimos poemas.

Un poco de respeto, coño.

Es lo único que les pido a las damas del Romanticismo.




domingo, 22 de febrero de 2015

Se precipitaban jubilosas, alborozadas, ruidosas, por el bulevar  las damas del Romanticismo. Al viento sus faldones de tul, mostraban las enaguas a los diplomáticos transeúntes que trataban de fijar en la memoria la visión magnífica de sus tobillos de porcelana maoísta. La brisa del mar les arremolinaba el pelo en torno a pensamientos fugaces, a sueños con aguaceros de estrellas, alrededor de planes inconfesables con sus caballeros para ser cumplidos con sus cuerpos sobre divanes y alfombras.

La avenida se había transfigurado en un estruendo de voces. Ondas agudas como los bordes de un cristal, como el frío de las mañanas de febrero. 

Corrían de la mano, a tapar la calle que no pase nadie. Los visillos de detrás de los balcones se cubrieron de ancianas que debatían entre ellas (santiguándose) sobre la confusa moralidad de las damas del Romanticismo que, a esa hora, eran un rebaño de musas invadiendo la ciudad con sus grititos celestiales.

Fue al girar a la izquierda para continuar con su algarabía por una calle paralela cuando se tropezaron con ese círculo rojo, con esa espeluznante banda blanca dentro de la circunferencia bermellón que les negaba el paso, que le negaba el acceso, que les impedía la misma vida, los sueños fugaces con sus caballeros, con su misma vida.

El SAMU no dio abasto con tantas sales para recobrarlas de su desmayo, allí, todas caídas sobre la avenida, como hojas de octubre.

Pobres. Pobres damas del Romanticismo. 



jueves, 19 de febrero de 2015

Hay veces que los caballeros hacen llorar a las damas del Romanticismo y cuando eso ocurre no saben, en su torpeza, dónde esconder las manos ni en qué lugar de la casa han dejado los modos adecuados de pedir que las damas del Romanticismo les perdonen por su inexperiencia en los asuntos propios del Romanticismo.

Es entonces cuando acuden al Centro Comercial más cercano dispuestos a gastarse todo el crédito que les ha concedido su entidad bancaria para la adquisición de terreno urbanizable en un regalo que haga que las damas del Romanticismo dejen de negarles ese modo de rozarles la nariz con sus besos esquimales.

Dan vueltas, recorren, agotan las fuerzas de sus piernas perdiéndose entre los pasillos de las instalaciones y, al final, jadeantes, se dan cuenta de que el valor de los objetos no reside en el tamaño de la factura, sino en la forma adecuada de colocarlos en las estanterías para que el trazo de su silueta se aproxime más a la forma de lo que les acontece por el pecho cuando piensan en su correspondiente dama del Romanticismo.






lunes, 16 de febrero de 2015

Ya había ido a ver la película en el cinematógrafo de su parroquia y le cautivaba la ensoñación de dormir con Vivian Leigh y Clark Gable besándose eternamente en su mesilla de noche. Se compró el libro en un mercadillo de estatuillas de latón, lectores de vídeo del siglo diecinueve, lámparas de caireles borrosos, libros erosionados y amarillos.

No lo leía. Ni siquiera lo ojeaba. Le bastaba con a su lado para acostarse cada noche pensando la misma frase (algo que hizo hasta que se fue a recorrer los Mares del Sur, a los noventa y tres años con un marinero noruego tatuado de anclas y noráis).


La frase, claro: mañana será otro día.


sábado, 14 de febrero de 2015

Nos hemos vuelto blancos debido a determinados contextos no muy bien definidos por el acaecer de los asuntos y de esas extremidades de las carestías que conocen algunos asalariados y somos blancos, y eso, y eso, y eso (sabes de sobra) no acostumbra ser malo.


Y antes de dormir en este cofre, guárdate. 
Que la noche trae fantasmas como rastros de leche.



jueves, 12 de febrero de 2015

En ese justo momento le iba a decir la palabra más dulce de su vida.

Justo antes de que la telefonista arrancase la clavija.

Qué lástima.



Era tan hermosa aquella pieza, aquélla balada, esa cadencia de voces y escalas que cuando entró, al abrirse la ventana, se estampó en la pared y se quedó esculpida allí para siempre.


martes, 10 de febrero de 2015

Dieciséis.
Diecisiete.
Dieciocho.
Ahora dos más, que son algo así como veinte, no tengo ábaco, quizá me equivoque.

No oigo así más que tus latidos, el ruido que producen de noche tus arterias.

Quédate a mi sombra, respira el aire oscuro de mi sombra, que yo te resguardo de los UVA, de los espectros, del dolor que tanto ha cubierto como una escarcha negra las huellas de los caminos que has caminado sin que yo estuviera allí para dar fe de que que los has caminado.




Cuando una dama del Romanticismo tiene una idea brillante se lo comunica corriendo a (por este orden) su ama de llaves, su acompañante más cercano, su hermana Gertrudis y su editor.

El editor tiembla entonces porque sabe que le espera un tremendo rosario de vía crucis y subviacrucis que se concretan en

a) Whatsapps a las tres de la madrugada.
b) Whatsapps a las cuatro de la madrugada.
c) Sobres lacrados con papel de arroz amarillento en el que le relata sus escozores anales y sus disputas futbolísticas con la sirvienta.
d) Whatsapps a las cuatro y cinco de la madrugada.

Cuando una dama del Romanticismo tiene una idea brillante y no es atendida se siente tan desgraciada, llora tanto que se le cuartea la piel.

El editor, entonces, le promete, le jura y cumple, matrimonio.

Para ello tiene que deshacerse del acompañante habitual de la dama, y lo hace falseando testimonios para que toda la ciudad comience a hablar mal de él y tenga que abandonarla avergonzado.




domingo, 8 de febrero de 2015

Estaba aquí, allí, calva, blanca, rubia, con un lunar como la luna. Yo la llevaba al aire como la luna el lunar junto a la boca blanca, su cielo su partícula, su  lluvia siempre junto al alma de los cinco al costado de su luna el lunar junto a la boca.

Y era, es, tan azul como su ceño a veces, con la zapatilla y la sonrisa añadida como un clavel entre los labios de cera roja al maquillaje cerca siempre del espejo. Y tuvo que expatriarse como lo hacen de flower en flor al viento sus alas ultimas y dulces desde el centro hasta el mar.

Mil veces su lunar blanco de la boca se revienta de cristal junto al alma de ese mismo trayecto en la península, como las rutas azules se recorren y su aliento ya no alienta llueve amarillo crisantemo de los ojos.

Que llueve cien mil lluvias, llueve vidrio negro desde entonces y se rompe la tetilla del pecho izquierdo donde bat le cœur (que a veces no me late, que ante tanta magnitud se ha producido una hecatombe de grillos negros de luto y blancos. Blancos de tela y suelo bajo la piel sagrada de tu cuerpo naciente en el sofá pelusa eterna de los muertos bajo los muebles más sorprendentes.

Mother.

Superpuebla el planeta desde donde dicen que te fuiste al universo en forma de estrella, que yo te compro el rabo y la estela para que seas cometa que regrese periódicamente.

Mírame desde la nada o donde el cielo del Padre Eterno, pero mírame algún rato.

No sé cuáles son las cosas qué sé, la fe se transubstancia en vuelo inútil de drama que el universo entero desconoce, que sólo existe en el pensamiento de algunos gorriones muy escogidos.

Ya te recuerdo estirando de los otros con una soga de hiedra, ya te recuerdo protegiendo del granizo a las golondrinas en los cestos.

Me quitabas el espanto a las tormentas con una sola palabra y el santabárbara clamado bajo el estallido solemne de toda la montaña amarilla de los agostos prenavideños. Allí en diciembre me formulabas aquella orgía de musgo y figuritas que olían a un ámbar de plástico y licor de dioses. 

No creía en ningún dios entonces sólo en ti y así lo hice. Dios existe, decías, pues bien, Dios existe, sólo si eres tú quien me lo dice. Y toda la casa era entonces asaltada por ti de espumillón y bolas verdes donde se destellaba un mundo abombado, convexo, en el que entraban las cosas, los objetos, los muebles en oblicuo y tu lunar, de lana para el invierno, junto a la boca.

Dios existía porque tú me lo jurabas y sólo por eso dios amaneció un día en mi pecho de la tetilla izquierda, niño católico.

Junto a la santísima siempre virgen maría me vestías las camisetas blancas rezando y quitando pulgas, agosto amarillo y rojo perdido entre los altares de un todoelmundoentero entre chopos y yaldes que me mostrabas con amor de árbol y corazón de olivo para que pudiera ingresar en el planeta de tus ríos y tus umbrías con el mismo amor de cerezo con que tú venerabas la vida.

No hubo marisopla que volase sin ese consentimiento que le dabas al campo para que se extendiese sobre la llanura.

Vuelve un segundo, alguna vez vuelve, vuelve ya que aquí te esperaré para contarte novedades.

Vuelve y déjame tocar mientras cuento hasta diez tu mano de mimbre, tu lunar de labios.

Vuelve y úsame como tú quieras para acariciar siempre, aunque sólo sea el tiempo que tardase en irse tu fantasma, tu calavera de nácar.

Y tus suturas rubias.



jueves, 5 de febrero de 2015

Bailaba como un arlequín alrededor de las palabras más inadecuadas. Cuando encontraba una, la más desafinada, la menos parecida a un río, por ejemplo, o a una chopera junto a un arroyo, la subrayaba en el diccionario y en esa página se removían demonios, por ejemplo, o serpientes, por ejemplo, o medusas, por ejemplo.

Amaba encontrar palabras duras, que abofeteasen el oído, que atentasen contra el buen gusto. En un posit las pegaba en los espejos, en las alacenas, en los llaveros. No quería escribir ni mariposas ni extenderse en botánicas. No quería cultivar esa dulzura que hace que las damas del Romanticismo encorven el cuello con languidez.

Aquella noche de octubre escogió la más dura, la que contaba con más aristas en sus ángulos y se la puso a su dama sobre el escritorio.

No tardaron en casarse. 

Y es que a las damas del Romanticismo, aunque se desmayen, les gustan los escritores que escriben sobre temas poco apropiados para las damas del Romanticismo.



martes, 3 de febrero de 2015

Si todas las mujeres de su familia lo habían hecho durante siglos no se daba ningún motivo por el que a ella se le tuviese que disculpar.

No era asunto sencillo. Su devoción a bambolearse por la calle, a que le tiritasen las manos cuando llevaba algo preciso o precioso, empujaba a su familia a murmurar, a intercambiar dudas entre ellos cuando ella se ausentaba corriendo con premura a la toilette. 

Fue un día largo, pero, para sorpresa de todos, llegó la medianoche, como suele ocurrir sean largos o cortos los días.

Llevar la tarta multicolor de merengue en las manos y durante todo ese martes la encajó en el grupo de damas del Romanticismo, en el club de bridge de las damas del Romanticismo, en el  club de té, en el club de intercambio de cromos del Esportin de Gijón que tantas disputas ocasiona entre las damas anémicas y blanquecinas del Romanticismo.

Llevar la tarta multicolor de merengue en las manos y durante todo ese martes hizo que conquistase el respeto de todas sus vecinas, de toda su familia, de toda la comunidad de vecinos que lo hizo constar como punto tercero del siguiente acta.

El momento más dificultoso del día, y así lo dejó anotado en su diario, fue cuando tuvo que ir a la toilette y (las normas son las normas) se vio en la obligación de arremangarse cuatro filas de enaguas con una sola mano mientras sostenía la tarta multicolor de merengue en la otra como hace la Estatua de la Libertad de New York con una antorcha.




domingo, 1 de febrero de 2015

Las damas del Romanticismo hacen caca en el campo entre rosales que esconden sus espinas al notar que se aproximan cautelosas buscando un lugar desde el que sus acompañantes no puedan ver la mansedumbre con la que se agachan para cumplir con el juramento de fidelidad que le hicieron a sus intestinos y que es muy posible que termine siendo el único compromiso que puedan cumplir en su vida.

Hoy llueve todo el cielo. Un gran espacio, una hecatombe de gotas y ráfagas de calderos de agua y color gris se ha hecho propietaria del mu...