miércoles, 4 de noviembre de 2015

Las construcciones hidráulicas albergan en sus trazados mucha más tristeza de la que es capaz de sentir un pecho, de pensar una cabeza, de describir un bolígrafo.

Sus venas inundadas con el lóbrego musgo verdeoscuro se inyectan en las propias sólo con mirarlas (casi tan triste como la mirada negra de un besugo,  como la despedida en un andén a un amante que no ha comprado el billete de vuelta, como la última mirada del aviador que no regresará ya nunca).

La tristeza más profunda que puede sufrir un búho o un ferroviario está definida, dibujada, planificada en los trazados de las obras hidráulicas (la tristeza es una caverna en los pulmones, bien lo saben los psiquiatras que, tras terminar sus estudios están obligados a asistir a encuentros de espeleólogía).

La tristeza no tiene color, por mucho oscuro que le quieran añadir los poetastros o los pintores de pincel engreído.

Tiene forma. Tiene representación gráfica.

Se puede observar en el recorrido de las obras hidráulicas.



Hoy llueve todo el cielo. Un gran espacio, una hecatombe de gotas y ráfagas de calderos de agua y color gris se ha hecho propietaria del mu...