martes, 3 de febrero de 2015

Si todas las mujeres de su familia lo habían hecho durante siglos no se daba ningún motivo por el que a ella se le tuviese que disculpar.

No era asunto sencillo. Su devoción a bambolearse por la calle, a que le tiritasen las manos cuando llevaba algo preciso o precioso, empujaba a su familia a murmurar, a intercambiar dudas entre ellos cuando ella se ausentaba corriendo con premura a la toilette. 

Fue un día largo, pero, para sorpresa de todos, llegó la medianoche, como suele ocurrir sean largos o cortos los días.

Llevar la tarta multicolor de merengue en las manos y durante todo ese martes la encajó en el grupo de damas del Romanticismo, en el club de bridge de las damas del Romanticismo, en el  club de té, en el club de intercambio de cromos del Esportin de Gijón que tantas disputas ocasiona entre las damas anémicas y blanquecinas del Romanticismo.

Llevar la tarta multicolor de merengue en las manos y durante todo ese martes hizo que conquistase el respeto de todas sus vecinas, de toda su familia, de toda la comunidad de vecinos que lo hizo constar como punto tercero del siguiente acta.

El momento más dificultoso del día, y así lo dejó anotado en su diario, fue cuando tuvo que ir a la toilette y (las normas son las normas) se vio en la obligación de arremangarse cuatro filas de enaguas con una sola mano mientras sostenía la tarta multicolor de merengue en la otra como hace la Estatua de la Libertad de New York con una antorcha.




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