lunes, 16 de febrero de 2015

Ya había ido a ver la película en el cinematógrafo de su parroquia y le cautivaba la ensoñación de dormir con Vivian Leigh y Clark Gable besándose eternamente en su mesilla de noche. Se compró el libro en un mercadillo de estatuillas de latón, lectores de vídeo del siglo diecinueve, lámparas de caireles borrosos, libros erosionados y amarillos.

No lo leía. Ni siquiera lo ojeaba. Le bastaba con a su lado para acostarse cada noche pensando la misma frase (algo que hizo hasta que se fue a recorrer los Mares del Sur, a los noventa y tres años con un marinero noruego tatuado de anclas y noráis).


La frase, claro: mañana será otro día.


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