miércoles, 25 de febrero de 2015

Se puede leer a Shakespeare de tantas maneras que aterroriza porque exporta la percepción hasta los límites, roza el final infinito donde el lenguaje ensambla palabra con vida y muerte. Shakespeare ha dicho todo lo que se puede decir en este planeta. Es exactísimo en sus versos. Perfecto en sus marionetas.

Por ese motivo, ni las autoridades sanitarias, ni los bomberos; creo que ni la policía o las comunidades de propietarios deberían admitir que las damas del Romanticismo lo lean en grupitos bajo las sombrillas junto al lago mientras apuestan collares de topacio por cuál habrá de ser el resultado final del cuello de Desdémona o el tamaño y peso justo de la calavera que ofrece Hamlet a la atmósfera con su eterna cuestión; ni por el talante o palabra de la última frase de cualquiera de sus ajustadísimos poemas.

Un poco de respeto, coño.

Es lo único que les pido a las damas del Romanticismo.




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