jueves, 19 de febrero de 2015

Hay veces que los caballeros hacen llorar a las damas del Romanticismo y cuando eso ocurre no saben, en su torpeza, dónde esconder las manos ni en qué lugar de la casa han dejado los modos adecuados de pedir que las damas del Romanticismo les perdonen por su inexperiencia en los asuntos propios del Romanticismo.

Es entonces cuando acuden al Centro Comercial más cercano dispuestos a gastarse todo el crédito que les ha concedido su entidad bancaria para la adquisición de terreno urbanizable en un regalo que haga que las damas del Romanticismo dejen de negarles ese modo de rozarles la nariz con sus besos esquimales.

Dan vueltas, recorren, agotan las fuerzas de sus piernas perdiéndose entre los pasillos de las instalaciones y, al final, jadeantes, se dan cuenta de que el valor de los objetos no reside en el tamaño de la factura, sino en la forma adecuada de colocarlos en las estanterías para que el trazo de su silueta se aproxime más a la forma de lo que les acontece por el pecho cuando piensan en su correspondiente dama del Romanticismo.






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