domingo, 30 de agosto de 2015

Somos una excepción de tiempo entre dos nadas, es decir, que nuestra vida es la lechuga del sándwich entre dos panes de vacío en forma de corchete.

Por supuesto que sí, que se da y se respeta la opción de no querer darse cuenta de lo que supone esta realidad mágica u horrible (según opiniones). O, por supuesto, de que la conciencia de esa verdad pueda llevar al absentismo vital y a buscar únicamente bienestares que añadan mostaza a la lechuga.

Sin mayonesa en la endivia no se debe vivir, no es justo que se transite por este valle de brócolis con la lágrima en la mejilla. Pero elegir dejar alguna huella y llevarse algo de esta ensalada es justamente lo que han escogido las personas que de verdad pueden confesar (y que todos podemos dar fe de ello) que han vivido.

Permanecer como un buen recuerdo en la memoria de alguien no será vida consciente después de la muerte, pero indicará que la ha habido antes, que uno ha estado pendiente de las verduras del otro y eso, de verdad, creo que sí que nos lo llevamos, porque lo hemos tenido y permanece, luego es nuestro para siempre.

Llevarse buenos momentos es una obligación que viene escrita en nuestras órdenes genéticas.

Lo que quiero decir es que estoy vivo y eso supone estar muy despierto a todo (todo) y a todos (todos).

Quiero decir: que el Universo reparta café sobre vuestras vidas en forma de granizo suave, de ese que no hace daño ni rompe las cristaleras.




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