domingo, 30 de noviembre de 2014

Sólo son dos y gritan como embrujados, el alma les abandona todas las noches.  Por eso exigen whisky.

Qué mala libertad les trajo el Borbón, y entonces piden Bourbon.

Llueve, hablan de lo que el mundo les ha reclamado. Exiliados en su propia casa son persianas cerradas. Una vergüenza para todos.

¿Cómo pudo esta gloriosa nación llegar hasta el colmo de haber parido a estos dos pánfilos?

El infierno tiene más encuentros, en el infierno no hay mala compañía que en el cielo están los niños viejos, los que nunca arrojaron la primera piedra. Porque no son como ellos, porque estaban libres de culpa. El cielo está lleno de
neoliberales, de toreros. 

Son exiliados en su propio bosque, que es el bar de todas sus noches donde un jueves de febrero uno de los dos, no diré quién, se meó en los pantalones.

Son expulsados de su mismo espíritu tantas veces que antes que embarcarse en un mercante para conocer mundo y vida, planean más a menudo estudiar cómo se enlaza el eterno nudo de una horca.

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