lunes, 20 de octubre de 2014

Debes de estar en alguna parte, adolescencia. Aún tus rumores de vino en rama confluyen en los cauces donde el azar ha dispuesto mis narices.

Debes de flotar aún en algún aire, yo no te siento marchada, ajena. Ni dueña de otro, cumbre de otros hombros, luces de otro cuerpo.

Tu persistencia tan amable se me arponeó en la espalda y allí creí que siempre iba yo a rondar por tus espacios.

Tenía la ciudad entonces, y las casas, recuerdo, un afán ciego por respirarme.

Sé, por medidores, por fotómetros, por la certeza que ocasiona la ciencia que la luz aún es la misma y en su entraña Newton descompone con un prisma los mismos colores.

Sé, por razones comprobadas, técnica implacable, que los ecos son los mismos, que la claridad del mundo perdura cierta y tan turbia o blanca como era entonces.

Yo, que creo en los átomos, también creo que persistes (a los brazos de tus años quiero lanzar mi cuerpo como a una cascada).

El tiempo, continuo como una playa, está tatuado de signos.
Aún presiento azucenas en tu espíritu de liebre.  

Aquí mismo te ocultas, aquí, tan cerca, que sólo con estirar mi brazo un centímetro más de lo imposible podría atraparte para siempre.

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