lunes, 20 de octubre de 2014

Eran tres cerditos y un lobo y etcétera.

Cuando el lobo, después de haber destrozado las casas de paja y de madera de los dos primeros puercos se dirigió a casa del tercer marrano se dio cuenta de que ya no le quedaban ni aire ni fuerzas en sus pulmones. “Todos nos hacemos viejos” pensaron los cuatro. 

Y un soplo de melancolía se dejó sentir en el color anaranjado de la tarde.

Desde aquel día el lobo fue bien recibido por los cerditos, que le sacaban pastas y anisete de Chinchón. Oían juntos la radio y jugaban a la brisca.

Por eso nadie entendió que cuando apareciera aquella señora seca y amarilla vendiendo manzanas el lobo se lanzase sobre ella y se la zampase de un mordisco.

“Oh, lobo. Acabas de comerte a la pobre Caperucita”, dijeron los cerditos.

“Es que soy un lobo”, dijo el lobo.

Es que ni los lobos pueden escapar a su destino.

El coronel Smith es el único militar de su promoción que tiene la esperanza de escapar alguna vez a su destino, pero siempre está el cabo O´Donnell para desanimarle.

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