lunes, 20 de octubre de 2014

Cuando el coronel Smith gritó en el desierto aquello de “¡Al ataque!”, los ochenta soldados del escuadrón se hicieron los sordos mientras el enemigo se perfilaba numerosísimo en el horizonte. Discutían sobre la conveniencia de hervir un tomate con las lentejas o, en todo caso, añadirle pimentón para darle un sabor más vivo. 

El coronel Smith carraspeó para aclarar la voz y gritó de nuevo y con más fuerza “¡Al ataque!”. La discusión arreciaba entre los soldados y los empujones de un principio se transformaron en los puñetazos del final. El escuadrón entero se revolcaba a golpes por el suelo, dándose unos a otros en la cabeza con el casco o los prismáticos, liándose a patadas o intentando estrangularse entre si con el pañuelo blanco que llevaban al cuello.

El enemigo se acercaba cada vez más despacio hasta que se situó a menos de un tiro de piedra del escuadrón del coronel. Poco a poco se fueron dando la vuelta en sus caballos y, con un gesto de resignación, se marcharon a buscar otros escuadrones que hubiese por la zona. Todos los soldados del escuadrón del coronel Smith yacían exhaustos sobre la arena ardiente. 

El coronel sollozaba “Mi escuadrón, mi maravilloso escuadrón…” 

Fue entonces cuando el cabo O´Donnell se levantó del suelo y, acercándose a Smith, le dio un beso en la frente antes de volver a desmayarse lleno de chichones.

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