lunes, 20 de octubre de 2014

Es preferible no comer nada a comer pescado. Y ya no es cuestión de espinas. El gurú Rabamindra nos estuvo explicando anoche, durante las flagelaciones, las tres consecuencias nefastas de ingerir peces muertos:

a) El alma se sumerge.
Y no precisamente en si misma, sino en profundidades cenagosas donde abundan congrios y esturiones. Terribles y voraces seres acuáticos que raptaron en una ocasión a un cuñado de Buda obligándole a repetir mantras como aquél que dice “A quien madruga, mi más sincera admiración” en clara contradicción con el otro mantra que también le obligaron a recitar “No por mucho madrugar te admiraré hasta que mueras”.

b) y c) No las recuerdo porque, en ese punto, las flagelaciones que me asestaba Sebastián, el eunuco, se escuchaban más que la voz del gurú Rabamindra que, por otra parte, creo que estaba dormido.

Es preferible ser pez a ser ratón, aunque la digestión de los peces no sea recomendable. No recuerdo las razones, pues el gurú Rabamindra estaba procediendo a las explicaciones justo a la hora de los pinzamientos.

Cuando Sebastián, el eunuco, me pinza con las tenazas en el escroto, mis gritos no me dejan atender a la sabiduría que en ese momento derrocha el gurú Rabamindra. He de hablar con él sobre la idea de instalar una megafonía en el sótano.

“Si te golpean en una mejilla, asegúrate de que ha sido a propósito. En ese caso, no ofrezcas la otra sino la misma. Hay que tener en cuenta que la otra mejilla estará más fresca y será más barato para nuestra comunidad aplicarte un sólo bistec de ternera. La comida escasea. El Diablo permite que así sea. No comáis carne de ternera. Dejadla para cuando a uno de vosotros le abofeteen, lo cual es muy probable” (Rabamindra).

(…)
Releyendo lo escrito en aquella sospechosa colonia de verano, me he dado cuenta de cuanta razón tenía el gurú Rabamindra en ciertas cosas.
Ya apenas recuerdo toda la sabiduría que derramó de sus labios. Pero no puedo olvidar lo útil de los pinzamientos. Ante la negativa de Sebastián de venirse conmigo después de las vacaciones, tuve que hacerlo todo por mi cuenta. He descubierto que para purificar los sentidos, nada hay mejor que un buen pinzamiento en el escroto. Y para llevarlo a cabo, el mejor utensilio son las pinzas de colgar la ropa.
Ahora mismo escribo esto con doce pinzas de plástico de diferentes colores tupiendo de magníficos dolores mis enrojecidos testículos.
(…)

¿Cómo pude ser tan ciego? ¿Cómo pude caer en la tentación de los pinzamientos por mi cuenta?
Ya hace tres meses que no escribo. Los pinzamientos por cuenta propia son inservibles. No escribo desde hace tres meses porque, para ser escritor, no hay que pinzarse el escroto con pinzar multicolores. Resulta más eficaz tomar un bote del diámetro apropiado, llenarlo de avispas e introducir los colgantes en el recipiente. Uno no escribirá con mayor avidez, pero lo que diga o escriba, sea lo que sea, ganará en estilo y en sinceridad.

O al menos eso me recomendó ayer el gurú Rabamindra a la hora de las lijas.

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