lunes, 20 de octubre de 2014

Era el cumpleaños del obispo y todos los curas de la diócesis –más de mil quinientos- se habían arremolinado en la plaza del palacio episcopal. Cada uno llevaba el tradicional paquetito con el regalo: unos alzacuellos de moda que eran la envidia de los obispos de los alrededores. 
Se cuenta que hasta el Papa lanzaba indirectas a sus cardenales para que le regalasen alzacuellos el día de su cumpleaños en lugar del repetido pisapapeles en forma de paloma blanca o del arcángel Gabriel de alpaca, espada en alto, que servía de abrecartas.

Entusiasmado, el obispo apartó un poco el visillo de su estancia y pudo ver a los mil quinientos curas que se daban codazos y empellones para estar más cerca de la puerta del palacio cuando ésta se abriese.

Comenzó la audiencia bien entrada la mañana. Una cola inmensa de sotanas negras desfilaba delante del obispo y le entregaba su paquetito: alzacuellos verdes, con pececitos, estrellas, rayas azules, Mickey Mouse, ositos, tweed de Escocia. Todo transcurría como cada año, hasta que llegó aquel cura bajito y redondo que entregó su paquete bastante más grande que los otros. El obispo se entusiasmó al ver el tamaño y desempaquetó con avaricia aquel misterio hasta que se vio una especie de pingo de colores, de una apariencia como de goma. “Hay que soplar aquí, en esta espita”, dijo el cura. Y el obispo comenzó a soplar y soplar hasta que poco a poco fue tomando forma. Era una obispa de látex, una obispa hinchable.

Un rumor de reprobación recorrió la inmensa sala. Cómo era posible aquel despropósito. El obispo seguía soplando por la espita para que aquello tomase consistencia. El rumor inicial se transformó en griterío y empujones al cura bajito y redondo que había tenido aquella idea infernal. Incluso un grupito del fondo gritaba “a la hoguera, a la hoguera”.

El obispo comenzó a agitar los brazos ordenando silencio. Cuando por fin estuvieron todos callados, el obispo habló: “hijos míos, ya está bien. Me habéis puesto un dolor de cabeza… hale, cada cura a su parroquia. Yo me retiro a descansar”. 

Y mientras las sotanas fueron saliendo de la estancia, el obispo cogió la obispa de goma y se retiró con ella bajo el brazo a sus aposentos.

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