lunes, 20 de octubre de 2014

Tú me miras desde el espejo y entonces sé que soy yo quien me está mirando con ojos de pez desde el otro lado del vidrio. Y al deshojarme de tal modo que quedo descubierto, cometo el error de creer que eres tú quien me mira, atrapada en ese mundo inverso de detrás del azogue. Y hago lo imposible para que salgas de ese aire, de ese espacio oblicuo y a contramano que se extiende detrás del cristal donde yo sólo alcanzo a ver la alcoba invertida, la puerta de la alcoba que se abre al revés y ahí se deja de ver todo, nada promete que detrás de esa puerta zurda puedas recorrer el pasillo y abrir el balcón para ver mi ciudad con los puntos cardinales vistos al envés.

Aquella ciudad donde una tarde caminamos del derecho bajo una lluvia incierta que te me prometía con certeza al llegar a tu casa ensopados pero llenos de jilgueros en las partes fundamentales del cuerpo.
Te miro en el espejo y no soy yo, eres tú que me ha intercambiado con una transubstancia grave, con una imagen nuestra que a pesar de las huidas nos reconoce desde ese mundo de ahí enfrente, nos observa como en un acuario, nos desviste a los dos y somos uno porque es uno solo quien observa desde aquí y es una sola quien me mira desde allá.

Te pregunto con la mirada y soy yo mismo quien me sigue arrancando capas de lienzo y allí estamos, desnudos frente a frente, yo con mi navaja, tú con tu pólvora, y procedemos: tú me acercas la navaja al cuello y un relámpago de miedo lastima mis sienes allá donde tú estás, y me afeitas con dulzura, y te empolvo con lujuria, y me confundes contigo misma desde tu lado, que aún no sé si es el de que de verdad te corresponde.

Y terminamos con un beso de nariz y partimos cada uno hacia nuestros avatares. Tú a tu mundo, yo a mis cables.

Allí me encontrarás y habitarás conmigo, comentarás, discutirás, me poseerás alguna tarde con la lujuria de las ventosas. Rumiarás a mi lado la rutina, recorrerás las tiendas, los teatros de mi mano, te mirarás en otros espejos. Yo, aquí, en este lado hablaré contigo, discutiré motivos y alguna tarde te cubriré de tactos con el mismo pecado que cometieron las fresas.

Prometo sacarte algún día de detrás de esa luna en la que te encerraste desde siempre y donde yo te miro a mí mismo para darme cuenta de que, sólo algunas veces, somos lo mismo tú y yo.

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