domingo, 19 de octubre de 2014

A J.K. le tocó en la tómbola de la fiesta de su barrio una caja de diazepam de 10 mg.

No sabía bien lo que le había tocado.

No.

A J.K. le habían concedido un permiso de una semana antes de cumplir una condena de fusilamiento por alta traición al haber comentado en una cafetería algo relativo a la nariz del Presidente y al clítoris de su esposa. Por lo visto, había una correlación.

Ante el pelotón de fusilamiento, al que se presentó puntual a primera hora del lunes, y con tres diazepanes en el cuerpo se fumó tranquilamente el último cigarrillo, dio algunos consejos al pelotón sobre el pimiento relleno y al oír “fuego” miró detrás por ver si se estaba prendiendo el cuartel. 
Luego, las balas entraron suavemente y una sensación de sueño plácido y reparador se adueñó de su cuerpo. Su alma fue entrando con ternura en la más hermosa de las nadas.

La muerte con diazepam es menos muerte. De eso ya no cabe ninguna duda.

El clítoris de la mujer del presidente siguió siendo igual de grande, pero a J.K. ya no le importaba.

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