Las damas del Romanticismo, o una gran parte de ellas, suelen
padecer de vejiga flácida, gases vespertinos y orgasmos espontáneos. Estos últimos
despertaron el vivo interés del conocido especialista en sufrimientos decimonónicos
Werner Slwuzberg, que al intentar elaborar una taxonomía de orgasmos se perdió
tanto en los esquemas y las clasificaciones que desde entonces hay que meterle
en los coches de caballos entre cuatro personas y bebe las sopas que una monjita
le lleva a la boca con una cuchara de alpaca.
Dentro de un cajón se hallaron sus anotaciones escritas en
un librito azulado con señales de mordeduras en los bordes.
Las últimas palabras que se pueden leer: “no es posible que
la razón abarque tanto estruendo, tanto ruido. Los gritos se me hacen punzantes
a los oídos. Habiendo visto de tal forma el infierno, ¿he de continuar
hundiendo mis ojos en abismos como estos? Es mejor que me vaya de mi
pensamiento. De hecho, me acabo de ir. Creo con firmeza que soy un murciélago, extiendo
mis alas y dejo el cuaderno a merced del olvido”.
Las damas del Romanticismo suspiran torciendo el cuello
hacia la izquierda cuando se acuerdan de Werner Slwuzberg.