sábado, 25 de junio de 2016

Todos los lugares por los que corrió, los que llenó de risa, de juguetes espolvoreados, de carreritas y de trotes se cargaron de negro aquella mañana con la noticia que había llegado del hospital. Todos (y eso es tan triste que hasta las urracas lo mencionaban en las ramas como mujeres en la cola de la fruta).

Porque su forma de agacharse a observar las hormigas la miraban todos los animales, muertos de amor, y ladeaban (suspirando) la cabeza. Los tesoros que escondía (bueno: piedras con cosas dibujadas, rayas y eso), los conocían todos los árboles y le guardaban (por supuesto) el secreto.

El luto inundó todo, arrasó la mañana. Se colocó en el alma (existente o no, ya no importaba) de todo lo existente, que cambió sus colores por sombras aproximadas. ¿Qué más? La tristeza impedía a los labradores trazar surcos. Tuvieron que dejar la labor para el lunes.

La barquichuela de la noria no quiso. La barquichuela de la noria mantuvo su color porque en su zona más íntima de metal guardaba la esperanza de que por las noches se subiese en ella su hermosísimo fantasmita.



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