viernes, 8 de mayo de 2015

La televisión en color era aquel sueño que no podíamos imaginar de niños los que ahora somos más jóvenes cada día. Ver a Mariano Medina, a Laurita Valenzuela en blanco y negro aguijoneaba nuestra imaginación. ¿De qué color es ese vestido, esa cortina, ese coche si el tono gris es de un veintitrés por ciento? Crema, rosa, verde, morado, vino, rojo atardecer.

Era un placer extranjero, un lujo británico, una envidia germánica.

El jueves que llegó la televisión en color a mi casa soñamos en color aquella noche. Pero el mundo de aquella ventana comenzó a ser demasiado evidente. Ya no se especulaba con los semitonos y sus equivalencias irisadas.

Por eso me he alegrado tanto hoy al ver que el gobierno ha decidido establecer el país en blanco y negro. Porque ahora, al caminar, podremos conjeturar sobre el color verdadero que tienen las cosas, y eso va a suponer que la imaginación de nuestros conciudadanos experimentará un ascenso que los educadores deseamos para que este mundo sea un poco más habitable cuando vamos a desayunar a cualquier sitio, por poner un ejemplo.




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